Echaba de menos a Ronan, en esas noches de vigía. Sus bromas a destiempo, su terquedad y esos chistes que te hacían reír sólo por su falta de gracia. Y sobre todo, esa tranquilidad del tirador experto al que ya hace mucho ya que el pulso dejó de temblarle por nervios, y pasó a temblarle por el paso implacable del tiempo. Sonrió por los viejos tiempos y apuró el último trago de Whiskey. Se reunió con los generales. O’Connell y Heaslip no eran muy habladores, quizás tampoco eran los más listos de la clase, pero comprendieron el plan diseñado.
Al día siguiente, un ejército negro ya rodeaba las murallas. Guerreros exóticos venidos de muy lejos. Mitad hombres mitad dioses, cada cierto tiempo salen de una isla perdida en lo más recóndito del mundo para probarse a sí mismos. Y allí fuera, esperan. Saben, que el sonido de las agujas del reloj vuelve loco al que está rodeado. Dentro, un puñado de irlandeses aguardan. No es la primera vez que Irlanda ha estado bajo un yugo, y ciertamente, no será la última. Para ellos la libertad es el bien preciado que sólo el que ha visto mucha sangre para conseguirla sabe apreciarla. Suena el Amhrán na bhFiann, la canción del soldado. Voces orgullosas retumban por todas las paredes de la fortaleza, pero ni Brian ni Paul abren la boca. Su instinto les dice que hoy será diferente. Que hoy, quizás, será la última vez.
El pequeño de los Kearney mira nervioso al suelo cuando un grito le hiela el corazón. Es la llamada desgarrada de Liam Messan a la que sigue el bramido maorí. Como la llamada de un furioso Aquiles a Héctor en las puertas de la Troya inquebrantable. Rob no para de darle ánimos. Es la hora. Brian O’Driscoll se levanta y comienza a gritar, no es tiempo para cobardes. Y, cuando los All-Blacks menos se lo esperan, los Irlandeses emergen de las entrañas de la fortaleza, con un ataque suicida desde el principio. La estrategia era simple, no ceder un paso a los de negro. El primer choque, fuera de las murallas, es colosal. Y al frente del ataque del XV del Trébol está el escurridizo Connor Murray, pistola en mano. Pasando las órdenes de un lado a otro, como una serpiente verde pegada al suelo. Él mismo asesta el primer golpe. Han conseguido detener la marea negra, por el momento.
La ametralladora de Heaslip y O’Brien no cesa de escupir balas. Los dos gigantes, con la cara pintada y su puro en la boca, sudando y llenos de grasa, avanzan paso a paso. Al otro lado, Whitelock y Retallick hacen lo propio. Los irlandeses asestan un segundo golpe, por medio del tanque de Rory Best. Ulster celebra. Por un segundo, parece que la marea retrocede. Que los maorís se han visto soprendidos. Que Lansdowne Road está a salvo. Durante unos minutos, Dublín coge aliento. Y explotarán de júbilo con el tercer golpe que asesta el mayor de los Kearney, tras una carrera prodigiosa.
La marea avanza ahora como un cruel Tsunami. Los irlandeses corren hacia el interior de la fortaleza. Heaslip y O’Brien retroceden sin darse la vuelta. Savea primero, y Franks después, han conseguido agujerear la piedra de unas murallas que no tardan en caer. Avanzan los hombres de negro por los pasillos de Landsowne Road. Dublín está a punto de ceder. Parece sólo cuestión de tiempo. O’Connell lleva a todos sus hombres dentro de la última sala. A esperar el último momento, el último asalto. Es aquí, es ahora. La historia les aguarda. La inmortalidad. Paul mira a todo el mundo fijamente, el gigante enloquecido.
Y entonces, con todo a punto de terminar, el joven Jonny ve una oportunidad. Una sola. Una salida. El tiro no es fácil. Sólo tendrá una oportunidad. Durante unos segundos, el silencio inunda Dublín. Un silencio tenso, un silencio que lo envuelve todo. Y justo cuando Richie McCaw atraviesa de una patada la puerta de esa última sala, justo cuando los pedazos de madera saltan por los aires, Jonny apoya su rodilla, respira hondo y dispara. Ha fallado. Y a lo lejos Cruden ha visto el reflejo de su rifle, poniendo al descubierto su posición. Él no fallará. Todo ha terminado. Dublín ha caído. Y la mancha negra se extiende por todo el globo. La supremacía All-Black.
Unos minutos después, con Landsowne Road en llamas, McCaw ordena la retirada. No ha venido a buscar sangre, sólo victoria. Y emprenderán ahora el regreso a su isla, donde dejarán que todos los ejércitos que han derrotado se recuperen, para volver a enfrentarse a ellos una vez más. Es el ritual de aquel que disfruta de un enemigo fuerte para probarse a sí mismo. Y en la enfermería, Brian O’Driscoll recibe una nota. Dublín está en ruinas. Y su victoria más ilustre se aleja ahora, como el Tsunami que retrocede y vuelve al mar.