Belgrado. La ciudad blanca es, desde siempre, un refugio amable para los españoles. Nuestra forma de ser, de vivir, nuestro idioma, resultan intrínsecamente próximos al alma serbia, a su cultura y sus costumbres. Ven nuestras series, nuestras películas. Escuchan nuestra música. Aprenden nuestro idioma con rapidez. No se pierden uno de nuestros partidos de fútbol, y tanto primera como segunda división se pasan en abierto. Somos, en definitiva, ese primo que vive lejos, pero con el que te une un lazo inexplicable. Pero llega el día en que Belgrado se convierte en las Termopilas. Es el dia de las finales Djokovic - Nadal.
Puedo sentirlo. Los ojos de todo el vecindario sobre mi cabeza. Son los cachorros de Nole que me acechan como una manada de hienas acecha un buey que cojea. Quedan horas para el partido y la guerra psicológica ha empezado. El supermercado que hay debajo de mi casa se ha convertido en un saloon del lejano oeste. Mi sombra se proyecta sobre la puerta, que abro de un empujón. No es momento de mostrar debilidades. Me quedo en el umbral, anunciando mi llegada. Los clientes se paralizan. Un señor mayor suelta la botella de leche. Una niña llora y sale corriendo: "Spanac! Spanac!" y su madre se la lleva. No hay concesiones. "Veremos" me dice la cajera, "si Nole gana en tres o en cuatro sets. Espero que esta vez Nadal de la talla". Sonrío y no contesto. Mientras coloca mi compra en la bolsa de plástico, aprieta fuerte mi bolsa de patatas, rompiéndolas en pedazos y agita "sin querer" mi Coca Cola. "Uy, lo siento". Sé que es una prueba de carácter. No hay que ceder. "No pasa nada, me gustan más así" le respondo a esa hija de una hiena. Los nadalistas devolvemos cada bola.
Si la guerra en la Philippe Chatrier es dura, la que se monta en mi edificio no es para menos. El partido está puesto en cada una de las televisiones, y puedo escuchar tanto a mis vecinos de abajo como a los de arriba. Cada punto de Nole es una retahíla de aplausos y jolgorio. Cada punto de Rafa es mi "VAMOS!" solitario pero amenazante. Cada momento antes de un saque importante es un silencio tenso. Cuando Rafa consigue un break o un set, salgo a la terraza, decorada para la ocasión con una gigantesca bandera de España y grito como si no hubiera mañana. Me responden con el equivalente serbio al "Por qué no te callas" de nuestro ex-monarca. En la tele, los comentaristas ya empiezan a buscar excusas: "Está deshidratado", "No se encuentra bien", "La temperatura de París no le viene bien". Me hace bastante gracia, porque en ninguno de los partidos anteriores en los que Nadal iba por debajo había ninguna excusa salvo la excelencia de Novak.
Si la guerra en la Philippe Chatrier es dura, la que se monta en mi edificio no es para menos. El partido está puesto en cada una de las televisiones, y puedo escuchar tanto a mis vecinos de abajo como a los de arriba. Cada punto de Nole es una retahíla de aplausos y jolgorio. Cada punto de Rafa es mi "VAMOS!" solitario pero amenazante. Cada momento antes de un saque importante es un silencio tenso. Cuando Rafa consigue un break o un set, salgo a la terraza, decorada para la ocasión con una gigantesca bandera de España y grito como si no hubiera mañana. Me responden con el equivalente serbio al "Por qué no te callas" de nuestro ex-monarca. En la tele, los comentaristas ya empiezan a buscar excusas: "Está deshidratado", "No se encuentra bien", "La temperatura de París no le viene bien". Me hace bastante gracia, porque en ninguno de los partidos anteriores en los que Nadal iba por debajo había ninguna excusa salvo la excelencia de Novak.
Con el avance del partido, y la aproximación al fatal desenlace, la tensión aumenta. Los "HAJDE" (el equivalente a nuestro Vamos!) son cada vez más esporádicos, pero cuando Djokovic saca uno de esos restos matadores, el edificio se viene abajo. De repente, en el cuarto set, cuando un error de Djokovic le da un juego a Nadal, mi celebración parece colmar el vaso de mi vecino de arriba y un trozo de tierra cae en mi terraza. No puedo más que reírme ante la situación. Como Rafa Nadal cada vez que le pitan en París, me vengo arriba. Y entonces en lugar de aplaudir los puntos de Nadal, aplaudo irónicamente los puntos de Djokovic. Sé que es un juego arriesgado, y que si al final la cosa sale mal, acabaré pagandolo caro.
Acaba el partido, y suelto toda la tensión con un grito interminable. En el resto de patio de vecinos se ha hecho el silencio. La cobertura de la RTS, que siempre es exquisita, incluso cuando juega Nadal, se vuelve inesperadamente corta, y tras el himno resulta que no tienen tiempo para más. Raro, porque otras veces dejan la emisión para que hable hasta el tatarasuegro de Nole. No pierdo tiempo en bajar al supermercado, quizás a comprarme una bolsa de patatas aplastadas o una Coca Cola agitada, ¡Qué raro, no hay nadie comprando! ¡Qué raro, la cajera no ha visto el partido, pese a que tiene una tele delante de la caja!
Y entonces, durante unas horas, me convierto en la persona mas orgullosamente feliz de Belgrado. La guarida del lobo ha sido conquistada. Y duermo feliz, con un vecindario silencioso, al menos, hasta el próximo duelo. Al día siguiente, todo vuelve a la normalidad, y volvemos a ser, esos primos lejanos que se vuelven a encontrar después de mucho tiempo.
Acaba el partido, y suelto toda la tensión con un grito interminable. En el resto de patio de vecinos se ha hecho el silencio. La cobertura de la RTS, que siempre es exquisita, incluso cuando juega Nadal, se vuelve inesperadamente corta, y tras el himno resulta que no tienen tiempo para más. Raro, porque otras veces dejan la emisión para que hable hasta el tatarasuegro de Nole. No pierdo tiempo en bajar al supermercado, quizás a comprarme una bolsa de patatas aplastadas o una Coca Cola agitada, ¡Qué raro, no hay nadie comprando! ¡Qué raro, la cajera no ha visto el partido, pese a que tiene una tele delante de la caja!
Y entonces, durante unas horas, me convierto en la persona mas orgullosamente feliz de Belgrado. La guarida del lobo ha sido conquistada. Y duermo feliz, con un vecindario silencioso, al menos, hasta el próximo duelo. Al día siguiente, todo vuelve a la normalidad, y volvemos a ser, esos primos lejanos que se vuelven a encontrar después de mucho tiempo.