Estaba yo el otro día viendo el Giro de Italia. Imágenes de montañas nevadas, montañas retorcidas que se elevaban hasta la cima del infierno. Y así, la cámara se posó sobre un ciclista que escalaba en solitario.
No sabría si ese ciclista iba primero o último, pero la verdad, era irrelevante. En su cara, desfigurada por el frío, se dibujaba una mueca de dolor puro que replicaban todos sus músculos. Exhalaba con esfuerzo un vaho que salía ardiendo por su garganta, y volvía a entrar frío como un cuchillo de hielo. Cada pedalada parecía más dolorosa que la anterior, y sólo su fe interior conducía a aquel hombre a la cima de aquella monstruosa montaña. Aquel ciclista no iba el primero no, la carrera iba muchos minutos por delante. Entonces, me paré a pensar, una pregunta que no es la primera que me asalta... ¿En realidad somos tan diferentes?
Sí, ellos son bajos, delgados, pero su corazón es grande, preparado para bombear una energía inagotable que les lleva al fin del mundo. Ellos también entendieron un día que el ciclismo no era su deporte, era su modo de vida. Como nosotros, comprendieron que el sufrimiento llevado al límite por conseguir un sueño se convierte en algo positivo, una forma pasional de ver las cosas, una declaración de intenciones, hacia ti mismo y hacia el resto: "Estoy dispuesto a dar lo más valioso que tengo por conseguir mis metas: mi dolor, mi sufrimiento".
Mientras ellos escalan las montañas que la vida nos pone delante, nosotros placamos los obstáculos que se interponen en nuestro camino. Nos jugamos nuestra integridad física, nosotros, lanzándonos sin miedo a luchar cada balón, ellos, bajando por puertos suicidas montados en esa bicicleta que se convierte en una extensión de su cuerpo. Y entendemos, nosotros y ellos, que la vida no se calcula, no se mide en porcentajes de riesgo, no es una inversión a la que hay que sacar rentabilidad, no. La vida, se vive. Porque si piensas demasiado al final te das cuenta que te la has pasado pensando.
Sí, ellos son bajos, delgados, pero su corazón es grande, preparado para bombear una energía inagotable que les lleva al fin del mundo. Ellos también entendieron un día que el ciclismo no era su deporte, era su modo de vida. Como nosotros, comprendieron que el sufrimiento llevado al límite por conseguir un sueño se convierte en algo positivo, una forma pasional de ver las cosas, una declaración de intenciones, hacia ti mismo y hacia el resto: "Estoy dispuesto a dar lo más valioso que tengo por conseguir mis metas: mi dolor, mi sufrimiento".
Mientras ellos escalan las montañas que la vida nos pone delante, nosotros placamos los obstáculos que se interponen en nuestro camino. Nos jugamos nuestra integridad física, nosotros, lanzándonos sin miedo a luchar cada balón, ellos, bajando por puertos suicidas montados en esa bicicleta que se convierte en una extensión de su cuerpo. Y entendemos, nosotros y ellos, que la vida no se calcula, no se mide en porcentajes de riesgo, no es una inversión a la que hay que sacar rentabilidad, no. La vida, se vive. Porque si piensas demasiado al final te das cuenta que te la has pasado pensando.