Es la evolución. O eso nos dicen. La tecnología comienza a dominar todos los deportes. Una obsesión por la ciencia detrás de nuestro rendimiento, números que le dan valor a cada gota de nuestro sudor, a cada bocado de comida.
Tengo que reconocerlo, me gusta la sensación de control, de cuidado con cada uno de los aspectos del deporte que practicas. Pero no todo son números...
Tengo que reconocerlo, me gusta la sensación de control, de cuidado con cada uno de los aspectos del deporte que practicas. Pero no todo son números...
Últimamente veo cómo cada vez presto más atención a todos los aparatos que llevo encima. Sé perfectamente a qué velocidad tengo que cruzar cada kilómetro de entreno. Conozco mis pulsaciones de memoria, cuando deben saltar y cuando se mantendrán bajas. Sé que cadencia tengo que llevar desde que salgo hasta que entro en casa. Y de repente, cuando me doy cuenta, estoy mirando sin parar el pulsómetro y el cuentakilómetros, atento a si algún número no es lo esperado. Pero, ¿Y si no lo es?
Entonces es cuando comienzan las preocupaciones. Que si aquí tengo que ir más rápido, que si no me suben las pulsaciones. Que si hoy voy más despacio, ¿Por qué? Y lo que tenía que ser un entreno para disfrutar, acaba siendo un dolor de cabeza. El otro día le puse freno a toda esa locura. Dejé todos mis aparatos en casa y salí desnudo, a escuchar aquello que hoy en día no sabemos interpretar. Dejé la ciencia en casa y me fui sólo con mi cuerpo.
Volví a escucharle a él. Volví a hacerle caso. Sus señales son casi tan exactas como las del pulsómetro o el GPS. El corazón, el sudor, los músculos en tensión. La respiración a ritmo con tu pedaleo. No tengo pantallas que mirar, y ojos al frente me doy cuenta que existe un paisaje que hacía tiempo que no veía. Los límites no los marca ahora ningún reloj, ninguna computadora, me los dictan mis pulmones, esas piernas que hoy se ven liberadas de las cadenas de cadencias y velocidades medias.
Entrenamos para exprimir nuestro cuerpo, para buscar límites más allá del esfuerzo o el cansancio. Entrenamos para demostrarnos que se puede ir más rápido, que se puede llegar más lejos. Ciencia y deporte irán siempre y cada vez más de la mano. Pero al fin y al cabo la razón última de practicar el deporte que nos gusta es DISFRUTAR. Así que de vez en cuando, no está mal salir solos tú y él. Porque precisamente el deporte nos hace más humanos y menos robots. Ninguna máquina puede medir la pasión. Sólo tu corazón.
Entonces es cuando comienzan las preocupaciones. Que si aquí tengo que ir más rápido, que si no me suben las pulsaciones. Que si hoy voy más despacio, ¿Por qué? Y lo que tenía que ser un entreno para disfrutar, acaba siendo un dolor de cabeza. El otro día le puse freno a toda esa locura. Dejé todos mis aparatos en casa y salí desnudo, a escuchar aquello que hoy en día no sabemos interpretar. Dejé la ciencia en casa y me fui sólo con mi cuerpo.
Volví a escucharle a él. Volví a hacerle caso. Sus señales son casi tan exactas como las del pulsómetro o el GPS. El corazón, el sudor, los músculos en tensión. La respiración a ritmo con tu pedaleo. No tengo pantallas que mirar, y ojos al frente me doy cuenta que existe un paisaje que hacía tiempo que no veía. Los límites no los marca ahora ningún reloj, ninguna computadora, me los dictan mis pulmones, esas piernas que hoy se ven liberadas de las cadenas de cadencias y velocidades medias.
Entrenamos para exprimir nuestro cuerpo, para buscar límites más allá del esfuerzo o el cansancio. Entrenamos para demostrarnos que se puede ir más rápido, que se puede llegar más lejos. Ciencia y deporte irán siempre y cada vez más de la mano. Pero al fin y al cabo la razón última de practicar el deporte que nos gusta es DISFRUTAR. Así que de vez en cuando, no está mal salir solos tú y él. Porque precisamente el deporte nos hace más humanos y menos robots. Ninguna máquina puede medir la pasión. Sólo tu corazón.