No puedo más que sentirme triste por aquellas personas que sólo ven "deporte" en el deporte. Más allá de la propia actividad física, o social, ciertos deportes esconden un manual oculto de vida. Clases magistrales para aquellos privilegiados que estén dispuestos a bucear en lo más profundo de su ser para encontrarlas. Algunas lecciones, están hechas de hierro.
3.86 kilómetros a nado. 180.25 kilómetros en bicicleta y 42.2 kilómetros de carrera a pie. Describir el Ironman con esta frase sería tan superficial e injusto como decir que la vida se resume en nacer, crecer y morir. El Ironman, es más, mucho más. Es una filosofía y un carácter adquirido. Es una actitud ante la vida. Ante lo bueno y lo malo, las alegrías y las decepciones. El Ironman es una meta, un destino o para el que lo quiera, un punto de partida. O un borrón y cuenta nueva. El Ironman es en definitiva, una dimensión más que sólo descubres en esa línea de salida.
Me enamoré del Ironman hace ya algún tiempo escuchando las historias que llegaban de un lugar mágico para los triatletas, y para los que aspiramos a serlo, la gran isla de Kona en Hawaii. Historias de un peregrinaje anual de gente de toda clase, color, raza, religión y procedencia. Una búsqueda de lo inesperado, un sitio místico donde encontrar lo que se lleva una vida buscando, la respuesta a las preguntas que aún no has sabido responder. Para todos el cielo y el infierno, no podría ser uno sin el otro. El sitio donde enfrentarse a miedos, obstaculos, paredes, muros. El sitio donde mirar a tus demonios a la cara. El sitio donde buscar límites, sólo para darte cuenta de que, en realidad, no hay ninguno. Todo en una isla.
Allí, entre volcanes, paisajes increibles y rodeado de mar está lo que buscan esas miles de personas que cada año se dan cita para hacer lo imposible, lo impensable. Para poner su cuerpo y su mente a prueba. Obtener la respuesta a preguntas como: ¿Quién soy? ¿A dónde quiero llegar? ¿A dónde puedo llegar? ¿Qué caracter quiero demostrar? En el agua, minutos antes de la salida flotan cientos de voces y cientos de respuestas distintas. Flotan nervios, miedos, sueños. La sensación de estar rodeado de personas que buscan aquello que tú buscas, y que están dispuestos a pasar lo que tú estás dispuesto a pasar para conseguirlo. Todos ellos tendrán esa respuesta cuando crucen esa meta en la avenida de Alii Drive. Los profesionales tardarán 8 horas. El resto, bueno, para cada uno el camino es diferente. Algunos tardarán las 18 horas permitidas hasta que el reloj llegue a las 12 de la noche y la meta se cierre para todos.
18 horas de dudas, miedos, sufrimiento, dolor, ánimos que recibes, ánimos que te das, palmadas y palabras de aliento al que pasas y del que te pasa, pensamientos solitarios mientras corres, o caminas por esas carreteras, ya caida la noche, o sueños que compartes con un compañero de batalla, cuyo nombre no sabes, al que no conoces de nada pero que, bajo la luna de Hawaii, acabas por querer como a un hermano. Allí sobre la lava de Hawaii descubres que el Ironman es el fiel reflejo de tu vida: Los momentos de euforia, los momentos de soledad. El sufrimiento, el dolor, el coraje y la garra de no querer rendirte. Con todo tu cuerpo mandando señales de dolor a tu cabeza, con cada músculo al borde de la ruptura, con el abismo dibujado en tu estómago vacío que ya no puede absorber un trago más, es allí cuando tu mente se blinda en una cápsula de hierro. Y entonces sabes que, pase lo que pase, vas a terminar. Que todas aquellas horas de entrenamiento antes del amanecer, esos meses con el baho de tu aliento como único compañero, el llegar a casa absolutamente congelado...todo eso, es lo que te ha hecho un hombre de hierro.
Y a la llegada a la meta....
...a la llegada a la meta sensaciones indescriptibles, recorrer la recta final chocando la mano a los cientos de aficionados que allí se encuentran, animando. ¿A quién? Animandote a tí, alegrandose porque tú has cumplido un sueño, una meta. Aficionados a los que no les importa que tú no seas profesional, que tú no hayas ganado, que tú llegues el 10 o el 120. Ellos están allí para animarte a tí. Y a la llegada esa voz inconfundible del speaker que te dice: "You are an IRONMAN". Eres un hombre de hierro. Y los profesionales, en un ritual que se ha de cumplir siempre, esperan pacientemente en la meta hasta que llegue el último de esos participantes, que habrá empleado desde las 6 de la mañana hasta las 12 de la noche en llegar, para ponerle ese collar de flores. Un ritual que te hace entender que en esa prueba el ganador es todo aquel que acaba.
Me enamoré del Ironman hace ya algún tiempo escuchando las historias que llegaban de un lugar mágico para los triatletas, y para los que aspiramos a serlo, la gran isla de Kona en Hawaii. Historias de un peregrinaje anual de gente de toda clase, color, raza, religión y procedencia. Una búsqueda de lo inesperado, un sitio místico donde encontrar lo que se lleva una vida buscando, la respuesta a las preguntas que aún no has sabido responder. Para todos el cielo y el infierno, no podría ser uno sin el otro. El sitio donde enfrentarse a miedos, obstaculos, paredes, muros. El sitio donde mirar a tus demonios a la cara. El sitio donde buscar límites, sólo para darte cuenta de que, en realidad, no hay ninguno. Todo en una isla.
Allí, entre volcanes, paisajes increibles y rodeado de mar está lo que buscan esas miles de personas que cada año se dan cita para hacer lo imposible, lo impensable. Para poner su cuerpo y su mente a prueba. Obtener la respuesta a preguntas como: ¿Quién soy? ¿A dónde quiero llegar? ¿A dónde puedo llegar? ¿Qué caracter quiero demostrar? En el agua, minutos antes de la salida flotan cientos de voces y cientos de respuestas distintas. Flotan nervios, miedos, sueños. La sensación de estar rodeado de personas que buscan aquello que tú buscas, y que están dispuestos a pasar lo que tú estás dispuesto a pasar para conseguirlo. Todos ellos tendrán esa respuesta cuando crucen esa meta en la avenida de Alii Drive. Los profesionales tardarán 8 horas. El resto, bueno, para cada uno el camino es diferente. Algunos tardarán las 18 horas permitidas hasta que el reloj llegue a las 12 de la noche y la meta se cierre para todos.
18 horas de dudas, miedos, sufrimiento, dolor, ánimos que recibes, ánimos que te das, palmadas y palabras de aliento al que pasas y del que te pasa, pensamientos solitarios mientras corres, o caminas por esas carreteras, ya caida la noche, o sueños que compartes con un compañero de batalla, cuyo nombre no sabes, al que no conoces de nada pero que, bajo la luna de Hawaii, acabas por querer como a un hermano. Allí sobre la lava de Hawaii descubres que el Ironman es el fiel reflejo de tu vida: Los momentos de euforia, los momentos de soledad. El sufrimiento, el dolor, el coraje y la garra de no querer rendirte. Con todo tu cuerpo mandando señales de dolor a tu cabeza, con cada músculo al borde de la ruptura, con el abismo dibujado en tu estómago vacío que ya no puede absorber un trago más, es allí cuando tu mente se blinda en una cápsula de hierro. Y entonces sabes que, pase lo que pase, vas a terminar. Que todas aquellas horas de entrenamiento antes del amanecer, esos meses con el baho de tu aliento como único compañero, el llegar a casa absolutamente congelado...todo eso, es lo que te ha hecho un hombre de hierro.
Y a la llegada a la meta....
...a la llegada a la meta sensaciones indescriptibles, recorrer la recta final chocando la mano a los cientos de aficionados que allí se encuentran, animando. ¿A quién? Animandote a tí, alegrandose porque tú has cumplido un sueño, una meta. Aficionados a los que no les importa que tú no seas profesional, que tú no hayas ganado, que tú llegues el 10 o el 120. Ellos están allí para animarte a tí. Y a la llegada esa voz inconfundible del speaker que te dice: "You are an IRONMAN". Eres un hombre de hierro. Y los profesionales, en un ritual que se ha de cumplir siempre, esperan pacientemente en la meta hasta que llegue el último de esos participantes, que habrá empleado desde las 6 de la mañana hasta las 12 de la noche en llegar, para ponerle ese collar de flores. Un ritual que te hace entender que en esa prueba el ganador es todo aquel que acaba.
Allí sobre la lava de Hawaii descubres que el Ironman es el fiel reflejo de tu vida: Los momentos de euforia, los momentos de soledad. El sufrimiento, el dolor, el coraje y la garra de no querer rendirte
Heroes. ¿Qué es un heroe? Scott Goodfellow no se consideraba un héroe, eso desde luego, el día que partió a Hawaii. Una bici, una maleta y un sueño. Unas preguntas que hacerse. No sé cuales fueron, tampoco sé ni siquiera si él las sabía aún, pero sé que eran importantes. Como las de todos los que van. Un tipo normal, Scott. Seis de la mañana y se encuentra flotando en las aguas viendo amanecer, junto con otros tantos miles de personas. Silencio. Es tiempo de tensión, miedo, dudas, concentración, desafio, retos. Y entonces... empieza el peor y el mejor día de tu vida.
Horas después y Scott está tendido en el asfalto. Su cuerpo ha dicho basta en la maratón. Ha caido la noche y las piernas de Scott fallan. Se desmaya. Un corredor se encuentra a su lado, le habla, le intenta dar agua. Un corredor que sabe que cada segundo es precioso ya caida la noche, que sabe que cada minuto perdido puede significar quedarse fuera, pero que también comprende si sigue corriendo el sueño de Scott se habrá acabado, y no puede permitirlo. Llegan las ambulancias y le atienden. ¿Retirarse? Los enfermeros no van a preguntarselo. Ellos saben lo especial que es ese día para todos. "¿Puedes levantarte Scott?" le dicen. "¡Bien! ¡Ánimo Scott! ¡Un paso! Ahora otro, ¿Puedes caminar?" Scott poco a poco vuelve a la vida. Su cuerpo no tiene energia, ni una onza, pero es ahora esa mente de hierro la que pone el resto. Retirarse NO es una opción. Y da un paso, y luego otro. El reloj no espera y amenazante sigue su curso pero Scott ya está de nuevo en marcha.
Se acercan las doce de la noche y en la meta se viven los momentos más especiales. Jamás he visto la felicidad dibujada como en la cara de aquellos que han cruzado la meta en ese rincón mágico de Kailua Kona. La noche ha caido ya y el público jalea a cada uno de los participantes. Ancianos que nadie pensó que conquistarian esta prueba. Supervivientes de cáncer y otras enfermedades. Héroes anónimos del día a día que han ido allí ha convertirse en hombres y mujeres de hierro. Entonces, de las sombras de la noche, emerge una solitaria silueta. Ha luchado lo indecible por llegar a esa meta, por oir esas palabras. Ahí está Scott, y cuando cruza no puede parar de llorar. Ha encontrado la respuesta a su pregunta. ¿Cual era? No lo sabemos, pero si sabemos que era la que andaba buscando. Historias como la de Scott Goodfellow, cientos de ellas, nos impulsan cada día más allá, en cada entreno, en búsqueda de un libro de hierro lleno de respuestas.
Todos tenemos un Ironman dentro. Pero sólo algunos están dispuestos a ir a buscarlo.
Horas después y Scott está tendido en el asfalto. Su cuerpo ha dicho basta en la maratón. Ha caido la noche y las piernas de Scott fallan. Se desmaya. Un corredor se encuentra a su lado, le habla, le intenta dar agua. Un corredor que sabe que cada segundo es precioso ya caida la noche, que sabe que cada minuto perdido puede significar quedarse fuera, pero que también comprende si sigue corriendo el sueño de Scott se habrá acabado, y no puede permitirlo. Llegan las ambulancias y le atienden. ¿Retirarse? Los enfermeros no van a preguntarselo. Ellos saben lo especial que es ese día para todos. "¿Puedes levantarte Scott?" le dicen. "¡Bien! ¡Ánimo Scott! ¡Un paso! Ahora otro, ¿Puedes caminar?" Scott poco a poco vuelve a la vida. Su cuerpo no tiene energia, ni una onza, pero es ahora esa mente de hierro la que pone el resto. Retirarse NO es una opción. Y da un paso, y luego otro. El reloj no espera y amenazante sigue su curso pero Scott ya está de nuevo en marcha.
Se acercan las doce de la noche y en la meta se viven los momentos más especiales. Jamás he visto la felicidad dibujada como en la cara de aquellos que han cruzado la meta en ese rincón mágico de Kailua Kona. La noche ha caido ya y el público jalea a cada uno de los participantes. Ancianos que nadie pensó que conquistarian esta prueba. Supervivientes de cáncer y otras enfermedades. Héroes anónimos del día a día que han ido allí ha convertirse en hombres y mujeres de hierro. Entonces, de las sombras de la noche, emerge una solitaria silueta. Ha luchado lo indecible por llegar a esa meta, por oir esas palabras. Ahí está Scott, y cuando cruza no puede parar de llorar. Ha encontrado la respuesta a su pregunta. ¿Cual era? No lo sabemos, pero si sabemos que era la que andaba buscando. Historias como la de Scott Goodfellow, cientos de ellas, nos impulsan cada día más allá, en cada entreno, en búsqueda de un libro de hierro lleno de respuestas.
Todos tenemos un Ironman dentro. Pero sólo algunos están dispuestos a ir a buscarlo.