En otra mesa, el viejo Geordan Murphy, ya retirado, palillo entre dientes rodeaba con un brazo al joven Gilroy y le contaba las mismas batallitas que había contado al resto de novatos: Como había sobrevivido durante años infiltrado en Leicester, en la guarida del Tigre, como habían conquistado la gloria en Cardiff, coronándose reyes de Europa. Y todos los que escuchaban esa historia, no importa si era la primera o la enésima vez, se quedaban embobados. Era la ilusión de vivirlo y sentirlo en sus carnes algún día. “Algún día” le decía Gilroy al también novato Zebo.
Con los rifles de francotirador apoyados contra la pared, Jonny y Ronan jugaban a los dardos. Brian sonreía viendo como el joven Sexton se burlaba de la puntería oxidada de ROG, y éste, para jolgorio del personal, no paraba de farfullar en gaélico. “Te estás convirtiendo en un cascarrabias Ronan” bromeaba Brian. Y desde la otra punta de la sala alguien respondía “¿Y cuando no lo ha sido?” Otra vez, risas generales. En otra mesa, las torres O’Connell, O’Callagan y el pequeño Stringer jugaban al póker, y como siempre, el pequeño Peter estaba desplumando a los dos gigantes. En la barra, Kearney intentaba ligarse a la camarera. Segundos después recibiría una sonora bofetada, y se giraría con cara divertida hacia su “wingman” McFadden, que se despatarraba de risa.
Y allí, en la mesa más alejada de todas, Andrew Trimble bebía sólo, como todos los días desde que le comunicaron que ya no volvería al frente, que su sitio estaba lejos de la acción. La mirada perdida y el gesto torcido del joven Ulsterman. Y abriéndose paso entre todos caminaba BOD, resurgiendo de sus cenizas para conquistar Cardiff, una vez más. Bebiendo con unos y con otros y olvidándose del peso de los años.
Cuando llegó a su cuarto, y la puerta se cerró a sus espaldas, de su boca emergió un gemido de dolor. Su espalda se arqueó hacia adelante, y se llevó la mano a las costillas. Aguantar la compostura delante de las tropas era cada vez más difícil. A duras penas consiguió sentarse en la cama. Se preguntó cuanto más aguantaría ese maltrecho cuerpo. “Vamos Brian, has estado en esta situación antes” se reprochó a sí mismo mientras se quitaba el chaleco. Por debajo de su puerta se deslizó un telegrama urgente. En él, sólo se leía una frase: “Nunca nos subestimes, viejo zorro. Recuerda, nuestra verdadera batalla llegará en Junio. JW” El telegrama venía de Toulon, Francia.
Y mientras se servía un whiskey escocés (cortesía de Chris Patterson, un viejo enemigo) miró al fondo de la habitación. Las palabras de Jonny resonaban en su mente. Junio. La piel de león llevaba desde 2009 allí colgada, todavía manchada de sangre. “Junio. Tienes que llegar como sea Brian” se prometió. Sería la cuarta vez que Brian defendería el honor del Hemisferio Norte junto al resto de leones cruzados. Una victoria comandando el ejército rojo sería el final perfecto.
Alguien llamó a la puerta y Brian se puso en pie de inmediato, otra vez el pecho hinchado y la espalda recta, ni rastro de esa mueca de dolor. “Drico, todo listo”. Era la voz de Ronan. Juntos recorrieron el pasillo hasta la sala de operaciones. No se dijeron ni una palabra. Entre ellos bastaba con una mirada, un gesto. En la sala estaban todos los pesos pesados, rodeando la mesa central, bajo un gran foco.
Brian se acercó y contempló el gran mapa de París que se extendía ante sus ojos. “Ah París” suspiró. Brian recordaba bien la capital gala. Allí luchó y ganó por primera vez, a principios del 2000, cuando aún era un adolescente. Regresó convertido en el héroe que Irlanda necesitaba. Allí se forjó su leyenda. Heaslip repasaba los peligros del ejército galo, ante las miradas de preocupación de los presentes.
Y entonces Brian le interrumpió y con su característico gesto pícaro exclamó: “No os preocupéis, por suerte tenemos a Michallak” Las risas volvieron a sonar. Brian devolvía una vez más la vida a unos cuerpos rotos. Era el primer paso. No sería fácil. Y mientras las llamas de Dublín aún no se habían apagado, BOD ya preparaba el asalto a París.