Hay una escena en una película que siempre me viene a la mente en estos principios de año, donde todos nos fijamos unas metas y unos objetivos para lo que viene en los siguientes 365 días. La escena tiene lugar al final de la película “El Reino de los Cielos” filme sobre cruzadas y la lucha entre cristianos y musulmanes por tomar Jerusalén. |
Tras despedirse, y mientras Saladino se dirige de vuelta a sus hombres, Balian le pregunta: "¿Cuánto vale Jerusalén?" Saladino le responde inmediatamente: "Nada". Se da la vuelta, camina unos pasos y se vuelve a girar hacia Balian para decirle con una sonrisa: "¡Todo!"
Siempre pensé que esta escena era una manera muy impactante para ilustrar la determinación de los hombres. Efectivamente, como dice Saladino, Jerusalén no significa nada. No es más que una ciudad, como otra cualquiera: Edificios de piedra, caminos de polvo. Nada pasaría si no la conquistara. Habría cientos de ciudades más que darían a su imperio los recursos necesarios. Su Sultanato seguiría intacto. Pero como dice más adelante, Jerusalén significa todo. Porque en el contexto de la película (y de la historia real) Jerusalén es un símbolo, un token de poder, un lugar sagrado. Y tras una lucha agónica, la conquista es una victoria que retumbará por los siglos de los siglos. Y para él, Jerusalén es por lo tanto, el todo. El objetivo único. El sacrificio de miles de hombres.
Para Balian, la historia es similar. Jerusalén es una ciudad lejos de su hogar. Es piedra, polvo. Jerusalén no es nada. La civilización a la que pertenece seguirá existiendo, desarrollándose, extendiéndose. Pero a la vez Jerusalén es todo. Para Bailan Jerusalén es la resistencia de su religión, de su persona, de su manera de vivir. Es la tumba donde descansan los valientes soldados que murieron a su cargo. Y la retirada es, el todo.
Y así, cuando evalúo mis sueños y mis metas me pregunto lo mismo. Y desde fuera, analizándolo fríamente, no significan nada. Seguiré despertándome por la mañana si no las alcanzo. Seguiré desayunando, comiendo, cenando. Seguiré trabajando para ganar un pan que me sustente. Y así como el resto de las personas. Pero cuando pienso otra vez y dejo que la pasión de perseguir algo que ansías me inunde me doy cuenta de que es todo. Es la razón por la que uno se sacrifica, se esfuerza, extiende la mano más allá de lo que se creía capaz, sale de su burbuja de confort, pisa terreno virgen, y en ocasiones peligroso, evoluciona como deportista y como profesional. La meta es el todo. Por muy inalcanzable que sea. Y aunque muchos piensen de las personas soñadoras que son unos idealistas condenados a vivir en el país de Nunca Jamás, la experiencia de todos los deportistas o profesionales de éxito me dice todo lo contrario, pues para conseguir las metas y objetivos difíciles, para llegar a alcanzar esos sueños que parecen más lejanos que la luna hace falta una gran dosis de realismo, una planificación estricta y milimétrica, unos pasos pequeños y bien estudiados.
Alcanzar los sueños es como el asalto del Everest, saltando de campo en campo, estudiando la siguiente etapa, aclimatándote, volviendo al campo base. Asalto al siguiente, vuelta a bajar. Y así hasta que todo está listo para atacar la cima. Y muchas veces la gente pregunta: ¿Realmente merece la pena todo esto para que lo consigas? ¿No tienes miedo a llegar allí y que eso por lo que luchaste toda tu vida te decepcione? Y yo miro hacia atrás y me digo, ahora ya da igual, es el camino el que mereció la pena. La persona en que me he convertido en esta travesía. Las luchas que he encarado, el riesgo que he tomado, las pequeñas victorias, la vuelta tras una gran derrota, las personas que como tú soñaban algo imposible. Al final acabas rodeado de personas que no dudan de tus metas, ni de tus objetivos, no están todo el día vomitando esa odiosa pregunta: ¿Y por qué? ¿Y por qué? ¿Para qué? ¿Y con eso, luego qué? Sino que entienden inmediatamente que tú quieres llegar hasta ahí, que tu experiencia vital se trata de eso. Y empatizan contigo y te apoyan siempre, y te alertan de los peligros o te aconsejan del camino a tomar. Ésas son las personas, los atletas, los entrenadores, los profesionales que van a hacer que lo logres. Y siempre trataré de rodearme de ellos, porque su influencia te da alas.
Así pues a todo el que se planee alcanzar lo inalcanzable este 2016, o mejor dicho, comenzar la travesía, intentar atreverse o atreverse a intentarlo, yo les pregunto: ¿Cuánto valen tus sueños? Supongo que como los de todos:
Nada.
Y todo.