Y si el escalar de Steve Mafi era lento y difícil, para Richard Blaze, el joven jugador de los Leicester Tigers, la escalada se había terminado. No habría cumbre ni hoy, ni mañana ni nunca. Y lo que pudo ser nunca fue, y Blaze, que ya había jugado con la selección Sub21 y había sido convocado con la absoluta, tuvo que poner punto y final a una corta carrera por culpa de una maldita rotura en el pie. Y fueron cayendo los segundas, se fueron acumulando las lesiones, como la del maltrecho Louis Deacon, o la del desafortunado Parling, que sólo jugaría un minuto y medio esa temporada. Y las alarmas se encendieron en los cuarteles de Leicester. “Segundas, necesitamos segundas” fue la orden de Richard Cockerill. Un rápido vistazo a la montaña de currículums que siempre se amontona en el Club de las Midlands decidiría el destino de un tongano que parecía haber perdido la fe.
“No sabía quién era cuando eché un vistazo a su currículum” confiesa Cockerill, “pero Matt O’Connor lo conocía del sistema de academias australianas, sabía que era potente y físicamente muy capaz. Y en ese momento, tomamos la decisión”. Así, en un instante, el Everest de Mafi ya no está en Australia, no, ahora está en cómo sobrevivir en uno de los escenarios más exigentes del hemisferio norte. Partiendo de cero.
Quienes recuerden aquellos inicios en la temporada 2010 recordarán a un gigante tongano, despistado sobre el campo, ajeno a lo que ocurría a su alrededor, lento y que llegaba tarde a todas las fases del juego. “No vale, simplemente no vale” dijeron. Dijeron no, dije, yo, en su día. Pero subestimé una de las características más importantes de cualquier profesional, y es que para ser un atleta de élite no sólo basta tener talento y potencial, sino dejar que aquellos que saben lo moldeen y lo expriman. Aprender. Saber escuchar. Obedecer. Porque a veces las diferencias entre un buen club y un gran club no están en la cantidad de estrellas que tienen, sino en el número de jugadores normales que pueden convertir en grandes jugadores. Y ahí, Mafi sobresalió. En unos meses, el gigante tongano estaba irreconocible. Rápido, excelso en el lateral, en el offload, en los rucks.
Una progresión vertiginosa que tuvo su éxtasis no en este pasado Marzo, cuando se le otorgó el galardón de Jugador del Mes en la Aviva Inglesa, no, el momento en que Mafi encontró la ruta directa hacia la cima fue en el que quizás ha sido el mejor partido de la temporada, en aquel lejano Leicester-Northampton que nos dejó a todos sin aliento. En un partido totalmente loco, con ambos equipos lanzándose a la yugular, literal y figuradamente, y en un instante que quedará en la retina de todos los espectadores que vieron aquel partido.
Atacaba Leicester, a la vieja escuela, en la 22 de los Saints, en ese archiconocido rodillo que sacan a pasear en los momentos claves del partido. Pick. And go. Pick. And go. Así hasta que los Saints dijeron basta, robaron un ruck y explotaron como un resorte, en una contraataque descontrolado desde su propia 22, como sólo ellos y los Quins saben hacer, hasta llegar al momento en que Leicester no tenía ya más efectivos para defenderse de aquella tromba de carreras y offloads.
Y mientras los tres cuartos de Northampton se acercaban a la línea de ensayo Tiger, apareció, siguiendo la jugada, un delantero de casi dos metros, y puso lo último que tenía, puso el alma, puso el tackle de su vida para detener la jugada. El grito de Austin Healy, comentarista de la ESPN aquel día, fue el mismo que el de las 24.000 almas que contemplaban atónitos aquella acción: “OHHHHHHHHHH WHAT A TACKLE!!!” exclamó Healy. Unos minutos después, Horacio Agulla emprendía el camino de vuelta sin oposición para posar con un irónico salto del cisne. Y Leicester ganaba su primer partido en casa. Era, el principio de una remontada. En ese momento, los Tigers ocupaban el penúltimo lugar de la Premiership. Hoy son segundos.
Ese sería el currículum visual de Mafi resumido en una sola acción. Trabajo, trabajo y trabajo. Suele decirse, que hay jugadores que nos gustaría tener en nuestro equipo, pero contra los que odiaríamos jugar, por su actitud y su agresividad. En este caso, Mafi no sólo es un jugador que hace equipo y mucho, llegando a afirmar que en los Tiger no tenía compañeros sino hermanos, Steve es también un jugador contra el que agrada enfrentarse. Su rostro refleja la humildad y el buen hacer de un profesional, y en las contadas ocasiones en las que ha tenido que intervenir en alguna pelea, su gesto se fruncía en una muestra evidente del desagrado que le producía la situación. Como jugador, su potencial crece día a día, hasta el punto de compartir un número 6 que en Leicester estaba reservado para Tom Croft.
Pero Steve Mafi no es perfecto, nadie lo es. Steve Mafi tiene sus defectos como todos. La virtud, en este caso, es que nadie sepa cuáles son. Y aquel Mafi sin fe del 2010 ahora camina sonriente hacia una cima que cada día está más cerca. Cinco ensayos esta temporada, todos ellos clave, certifican la importancia del trabajo duro en la élite. También hay un papel reservado para los peones en este tablero de ajedrez.