Sudáfrica, con ese equipo archiconocido: dominio en las alturas con Botha y Matfield; La Bestia y Du Plessis en la primera; Brussow, Spies y Smith como auténticos depredadores; los rifles de los Steyn para anotar desde cualquier sitio y el guepardo Habana para capitalizar en los errores de los leones. Un equipo apuntalado sobre la exagerada fuerza bruta en el paquete, y la violencia en el contacto. Estos dos bloques, todos estos nombres, habrían de chocar por primera vez un 20 de Junio de 2009, en el ABSA Stadium de Durban. Un test que pasaría a la historia como el día en que la bestia doblegó al toro.
El día de la previa, la BBC ya intuía por donde iban a ir los tiros. En su web, se recordaba el legendario discurso de Telfer a los leones del 97: “NO os respetan. NO os valoran. La única forma de hacer que os valoren es encarándose con ellos y echándoles hacia atrás, knockearles. Jugar más de lo que ellos juegan. Saltar más de lo que ellos saltan. Empujar más de lo que ellos empujan. Limpiar más rucks de los que ellos limpian. Tirarles, placarles hasta que estén hasta los h***** de vosotros” Las miradas se posaban, una vez más, sobre la primera línea: Gethin Jenkins, Lee Mears y Phil Vickery. ¿Podría el viejo toro aguantar, 80 minutos de absoluta violencia? Eran las cuestiones y las dudas en la prensa británica.
El Toro Salvaje, aquel granjero hijo de granjeros, miembro del plantel que logró la victoria de 2003, jugador franquicia de Gloucester primero, donde se ganó su apodo y de los Wasps después, donde viviría la época dorada del conjunto londinense. Al otro lado se alzaba imponente una masa de músculo con mirada penetrante y resoplido feroz: los 120 kilos negros de Tendai Mtawarira, más conocido como “La Bestia”. 44 minutos después, los ojos del mundo ovalado contemplaban la derrota de Vickery, la puntilla al toro, que con mirada baja, y dolor profundo, se retiraba del campo. ¿Qué fue lo que pasó?
Pasó que Sudáfrica no tardó mucho en anotar. Cuatro minutos bastaron para que John Smit penetrase como un misil, dejando por el camino nada más y nada menos que a un Jamie Roberts que contempla impotente como suben 5 primero, y 2 puntos más después, al marcador. A los 10 minutos, quizás, la señal de debilidad que esperaba la bestia sudafricana: Una melé desastrosa, con un Vickery que se eleva, según los comentaristas aquel día “disparado al cielo como una roca, con los pies en el aire”. Y Pienaar que sumaba otros 3. Y a los 20 minutos, otra vez, Vickery entiende que para él ya no hay nada que hacer, que está siendo superado, que el partido será una tortura, y que su figura no es más que el punto frágil que desequilibra el paquete de los Leones. Es, la lectura cruel del que se da cuenta que ese día, no va a estar a la altura. Otro golpe, y 13-0.
En la línea roja sin embargo, las cosas comenzaban a funcionar. Poco después de ese golpe, O’Driscoll encontraba al “cuasi” tres cuartos Tom Croft para reducir distancias. Pese a la dificultad, la privación de balón y la inferioridad en el juego estático, estaba claro que los Leones no pensaban regalar el partido. Pero una vez más, la tercera, esta vez a los 31 minutos, Phil Vickery volvía a sucumbir. Quizás era ya la presión y el miedo a la melé, quizás el saber que las cámaras sin ninguna duda estarían cebándose de su sufrimiento, quizás el saberse un nadador con una herida en un mar lleno de tiburones. Quizás quiere esconderse, pero ante 80.000 espectadores no puede, y baja la cabeza. 16-7 para los Springboks. A los 38 minutos, los comentaristas vuelven a repetir su nombre: “Es realmente doloroso verle en la melé, parece que se ha hecho viejo de repente” explican. Esta vez, Pienaar falla con los palos. Consuelo menor. Ya todos saben dónde está el juego. Y así, llegó el descanso.
¿Podría recuperarse el viejo capitán inglés? ¿Cambiaría el signo de esa melé maldita? Seguramente eso pensaban los muchos espectadores británicos aquel día en Durban. Sus dudas quedaron despejadas de inmediato en la reanudación, exactamente a los dos minutos, cuando los pies de Vicks volvían a perder contacto con la hierba. ¿Hasta cuándo mantener el sufrimiento? ¿No habría sido mejor una retirada en el vestuario? Ese habría sido el gesto más considerado con el Toro, sin embargo el staff Lion esperó, otros dos minutos más, hasta que en el minuto 44, el paquete del hemisferio norte era barrido del terreno de juego por enésima vez. Y ahí, es cuando se decidió el cambio. Con las cámaras encima, con su nombre en la pantalla, señalado como la vulnerabilidad máxima del equipo. La máxima humillación para un gran primera línea. A partir de ahí la lucha desesperada de los Lions por remontar el partido fue, aunque heroica, en vano. El test se quedó en casa, y el destino de las series parecía claro. Aunque como veremos en la próxima edición, todavía habría muchas sorpresas.
¿Y Vickery? Pues supongo que se daría cuenta de que ya era hora. En ocasiones, y con suerte, llega tras una victoria, quizás un título. Otras, llega en la consulta de un médico, que reniega con la cabeza. Pero la más dolorosa, y él lo comprobó aquel día, es cuando llega en un partido importante, y donde hasta el último de los asistentes se dan cuenta. Este fue el principio del fin del Toro Salvaje.
Un año más tarde aparecía, en el Telegraph, un artículo curioso. En él, Brendan Gallagher, experimentado periodista, pedía perdón. “Fue mi momento más bajo como periodista en 30 años”. En concreto, pedía perdón por haberse ensañado sin piedad con el viejo Vicks. “No tanto el toro salvaje como el toro acabado” tituló Gallagher. En su artículo de disculpa recuerda como un día se encontró a Phil, en la barra de un bar, y le pidió disculpas por su insensibilidad y ventajismo: “Phil aceptó mis disculpas sin problema, puso un brazo sobre mi hombro, pidió dos cervezas y se lanzó a contarme historias sobre cómo admiraba las leyendas de los Lions, sobre lo importante que había sido para él ser parte de dos giras, y lo horrible que había sido aquella pesadilla de Durban”. Y en dos cervezas, quedó retratado el Phil Vickery de verdad, el granjero de Cornish, aquel que un día fue “El Toro Salvaje”.