Y en ese Mayo de 1971, 34 leyendas del rugby se suben a un avión con destino a uno de los territorios más hostiles del mundo del óvalo: Nueva Zelanda. Son los British Lions. Los Lions dirigidos por Carwyn James, y capitaneados por John Dawes. Por aquellas escaleras suben, con sus patillas, sus pelos largos y su descaro, JPR Williams, Gareth Edwards, Mervyn Davies y el eterno Willie John McBride. Y mientras el irlandés se sube a ese avión piensa que tiene una cita con la historia. Piensa que ha perdido ya tres series con los Lions. Piensa en los titulares de la prensa, en ese dedo que le señala y ese susurro de un oído a otro que dice: “He’s over the hill” [está acabado]. Sólo el contundente sonido de la puerta del avión le devuelve a la realidad.
Cuando la puerta se abre, otra nueva realidad asalta a los leones. La realidad de que nadie ha ganado allí antes. Ninguna gira ha salido victoriosa en tierra kiwi. Tierra virgen. Ni rastro de leones pasados. Pero aquellos nombres, legendarios, que entraron uno a uno en el avión, con sus trajes y corbatas, y su escudo bordado en la chaqueta, ha bajado como un equipo, convencido, decidido. En cada posición se encuentra un “jugador total”. Es la crema del hemisferio norte. Pero 50 años se encuentran en su camino como un muro negro inquebrantable.
En la batuta un director de orquesta inteligente, muy inteligente. El galés Carwyn James se plantó en Nueva Zelanda con los deberes hechos, y preparado para que su equipo tomase riesgos. Comprendió, que con los jugadores que tenía sólo había una manera de jugar al rugby. Entendió, que aquellos leones no podían estar enjaulados en su línea de 22, aliviando con el pie la presión que se encontrarían. “Nadie antes le había corrido a los All-Blacks” dice McBride “Y él nos dijo, vamos a correr desde todos los lados, vamos a atacar todo el rato”. “Nos cogió y nos dijo, chicos, jugad al rugby” recuerda Edwards. El primer partido de preparación fue la primera piedra en el camino. El 12 de Mayo los Lions perdían contra Queensland en Brisbane, por 15-11. Pero nadie se alarmó. Bastaba ver los entrenamientos de esos tres cuartos, esa continuidad infinita en la transmisión de la bola, para saber que algo especial estaba a punto de suceder. Pero, ¿qué tenían que decir los All-Blacks en todo esto?
Tras once victorias en partidos de preparación, llega el 26 de Junio. 26 de Junio de 1971. Dunedin. Primer test. “El primer test es siempre el más importante” aclara David Duckham “te permite saber tu nivel real, y el nivel real de los neozelandeses. Es crucial”. El tiempo es hostil. El vestuario, con apenas dos bancos de madera, es hostil. El ambiente es hostil. Y minutos antes de que comience el encuentro, McBride centra toda su atención en concentrar a los delanteros, sus delanteros. ¿Qué tienen que decir los All-Blacks? Lo dijeron en los primeros veinte minutos. Una auténtica marea negra que se lanzaba una y otra vez contra los polos rojos de los leones. Y otra vez. Y otra vez. Los leones erizan la espalda, sacan las garras. Y a las órdenes del mejor capitán All-Black de la historia, Ian Andrew Kirkpatrick, los All-Blacks no cesan en su violento ataque. McBride ya había avisado al salir al campo: “Los primeros minutos sólo vais a hacer una cosa: placar y placar”. “Honestamente, no vi la pelota en esos primeros veinte minutos” recuerda el capitán Lion, John Dawes. “y si yo no la veía, el resto de la línea tampoco”. Pero los minutos pasan, y los kiwis no consiguen recompensa. Pasan los ataques. Placaje a placaje el negro deja paso al rojo.
Colin Meads, aquel día de negro, recuerda cómo cambió el momentum del partido: “Necesitábamos un jugador que sacase algo de magia y rompiese la defensa. Con cada ataque malogrado ellos ganaban en confianza y autoestima. Y no encontrábamos el camino” concluye, resignado. Y así, llegamos a un momento clave, una patada taponada y el primer ensayo de las series, el primer ensayo de los Lions. El 8 kiwi, torpe, había cometido un grave error. 0-3 para los British Lions. Fue el pilier, Ian McLauchlan, el encargado de representar cómo la balanza se iba inclinando hacia el otro lado.
Siempre hay bajas en los Test de los Lions. Y no sólo por lesión. A veces, a uno le llega el momento de repente, sin darse cuenta, en mitad de un partido, sin tiempo a decir sus últimas palabras. Ese día Fergie McCormick, sin saberlo, jugaría su último cap con Nueva Zelanda. Fallo tras fallo, fue cavando su propia tumba en un escenario que no deja lugar a errores. “Fue un día triste” dice Meads “porque mi gran amigo Fergie estaba teniendo un partido horrible. Y fue triste entender que ese sería su último test”. Las Test Series no esperan por nadie. Y aquel 26 de Junio, McCormick se bajó del tren. Para siempre. Su adiós fue igualar el marcador con un golpe. 3-3.
El partido continuaba, y los All-Blacks probaban, quizás por primera vez, su propia medicina. Los errores propiciados por una presión asfixiante. La falta de aire. Correr detrás de la pelota. Nunca lo habían tenido que hacer. Y sabiendo que es el momento y el lugar, McBride da la orden a sus delanteros, “ha llegado el momento de jugar duro”. ¿Se acuerdan de los enforcers? McBride jugó sus cartas a la perfección. Había que desconcentrarlos, hacer que se desesperasen. “Quise dejar claro” afirma McBride con gesto decidido “que nadie iba a amedrentar a esa delantera”. Y con el guión marcado, ese partido ya no se podía escapar. 3-9, y los Lions ganaban el primer y decisivo test.
Suele pasar. “Despertar a la bestia” lo llaman. Heridos en su orgullo, saltaron el 10 de Julio quince All-Blacks con la mirada enloquecida. McCormick ya no estaba entre ellos. Y aquel segundo test no tuvo historia, con 5 ensayos contundentes que parecían responder al rugido de aquel primer test. Un 22-12 que no dejaba lugar a dudas. Las series empatadas a falta de dos Tests. Y una vez más, suele pasar. Suele pasar que te asalta el miedo, las dudas. ¿Y si aquel primer test había sido un espejismo? ¿Y si este segundo test era la norma? Suele pasar, entre la gente corriente. Pero en la manada, McBride y Dawes se encargaron de recordar algo que escucharíamos en los labios de McGeechan muchos años después: Que un Lion no es un Lion hasta que no se ve arrinconado en una esquina. Y el 31 de Julio de 1971, en Wellington, los British Lions daban otro martillazo al muro negro que les separaba de la historia, y que comenzaba a resquebrajarse, ganando el tercer test 3-13, con ensayos de Davies y Barry John.
A los All-Blacks les quedaba sin embargo un último cartucho, la oportunidad de empatar las Series. La victoria ya no era posible, y para el ego de los kiwis, el jugar a “no perder” era a todas luces, insuficiente. Pero más doloroso sería aún que los Lions les tumbasen en su propia casa. El destino una vez más, juega con los nervios de todos, haciendo que el marcador avance sin revelar un final. Al descanso, 8-8. Más tarde, 11-11. A los Lions les vale. Los All-Blacks están desesperados. Y con pocos minutos para el final, JPR Williams decide, por primera vez en su carrera, y desde 45 metros, jugarse un drop. Si lo mete, las Series están prácticamente ganadas. Lo hace. 11-14. Los All-Blacks, sin tiempo, sólo consiguen empatar el partido.
…Se abre la puerta del avión y mientras baja las escalerillas, McBride piensa. Piensa en todos los que vendrán a darle palmadas ahora, cuando hace un mes le señalaban con el dedo. Piensa en los titulares de prensa, que le erigen como el alma de aquella delantera. Y sonríe, orgulloso, porque sabe que después de 50 años, y después de 3 giras perdiendo con los Lions, él ha comandado a la clase del 71 hacia la victoria, y nada ni nadie le va a quitar ese momento.