Te golpea esa horrible sensación, de angustia incontrolable. Ese puñetazo en el estómago, náuseas instantáneas cuando intentas mover tus piernas y éstas no responden. Cuando todo lo que recibes de tu cuello para abajo es un extraño zumbido, como esa televisión que no sintoniza canal. Interferencias. Intentas agarrar la hierba pero no hay respuesta. Es ahí, en ese momento, cuando comprendes la expresión 'el mundo se me cae encima'. ¿Y ahora, qué?
Dicen que en esos momentos tu carrera pasa por delante de tus ojos como un 'flash', en décimas de segundo. Pero no es verdad. Todo lo contrario. Esos minutos que estás tendido sobre el terreno de juego parecen horas, días... Cada segundo de angustia en que tu cabeza hace cábalas y los monstruos de un futuro incierto se pasean por tu mente. Tu estado de ánimo cambia cien veces. Un segundo piensas que todo se arreglará, que esto sólo es un susto. Al segundo siguiente piensas que ya está, que has dado tu último paso. Y tras lo que parecen horas, llega la ambulancia, y esas manos que te apretaban han dejado paso a un collarín aparatoso. Y es entonces cuando te golpea.
Cuando llegas al hospital y te dicen que te has roto el cuello. Cuando salen las pruebas y te dicen que te has partido una vértebra en tres trozos. Y cuando ves que han llamado a Peter Hamlyn, un prestigioso especialista que atiende los casos más complicados, y que operó a Matt Hampson. Entonces, cuando ya has recibido todas las malas noticias, es ahí, y no antes cuando tu vida pasa como un 'flash' por delante de tus ojos…
…recuerdas que tu carrera avanzaba con las mismas zancadas enormes que te caracterizaban. Sin freno. "Tom Croft es el delantero más rápido que he visto en mi vida" decía Aaron Mauger. "Es el todo" decía de ti Dean Richards. Recuerdas llegar a Leicester, encontrarte un club que habías estado buscando toda tu vida, un club que te había estado buscando a tí toda la vida. Años de victorias, de títulos, también de alguna que otra decepción. Hacerte un hueco en la rosa.
Años de risas en piso compartido con los hermanos Youngs primero, y luego siki con el pequeño Ben, para el que siempre tenías que cocinar. Esas partidas a la 'play' en las que el perdedor tenía que disculparse públicamente en las redes sociales, para regocijo de todos los aficionados. Compartir lo que más te gustaba con la gente que más apreciabas. Todo con esa banda sonora que siempre protagonizó tu vida: esas carreras imparables con el óvalo en la mano.
Y aquel día en que te convertiste en British and Irish Lion casi por casualidad, cuando tu nombre no estaba en la lista de los elegidos que viajaban a Sudáfrica. Pensaste que aquella era la recompensa a todo el trabajo duro. Te prometiste aprovechar aquella gira porque nunca sabrías si llegaría la siguiente. Te fuiste como jugador de rugby y volviste como un león. ¿Y ahora qué?
Cuando te das cuenta ya han pasado horas, días y ya te han operado. Te han abierto la espalda, te han reconstruido vértebras y tu columna ahora tiene parte de tu cadera y placas de metal. Te dicen que has estado a milímetros de quedar parapléjico para siempre y más aún, a milímetros de morir. Eso te dicen. Pero eso a tí ya no te importa. El león que ruge en tu interior sólo tiene una pregunta. Y es que vivir tan cerca de Matt Hampson te ha enseñado a no pasar ni un segundo lamentándote. Y decidido, formulas esa pregunta: ¿Cuándo podré volver a jugar?
Tom Croft se hizo aquella pregunta en mayo de 2012. Aquel día los médicos negaron rotundamente con la cabeza. Era hora de pasar página, de encontrar otras cosas en la vida. La lesión de Tom había ensombrecido uno de los partidos más atractivos de aquella temporada. Leicester había vencido a los Harlequins en uno de los últimos partidos de la liga regular. Curiosamente, se volverían a ver las caras en la final, siendo los arlequinados los que levantarían el trofeo. Para Croft, acababa de comenzar un largo y tortuoso camino por lo más oscuro de nuestro deporte. Son momentos a los que te tienes que enfrentar tú sólo. Días, semanas, meses. Para preguntarte ¿Por qué yo? Sin embargo, para Tom eran días, semanas y meses en los que preguntarse ¿Por qué no? Y el sueño que alimentaba a un león con el cuello roto era simple: volver a jugar un partido de rugby.