Fue un primer paso, quizás, el más difícil. Pero nada que merezca la pena se consigue sin sufrir. Tras cinco años en Rugby League, en el año 2000, llega un encuentro con Peter Wheeler y Dean Richards, que le convencen para que le de una oportunidad más al Rugby Union. Y así, el primero de los Tuilagi llega a Leicester, completando un ciclo que comenzó de niño en su Samoa natal, jugando como él mismo narra con los pies descalzos, y después con botas prestadas, y que termina en uno de los mejores clubs del Hemisferio Norte. Tres años más tarde llegaría a Leicester Henry Tuilagi, y sólo un año más tarde, procedente de Parma, un ala de 120 kilos semidesconocido, el cuarto Tuilagi, Alesana. ¿Y el tercero? De eso nos ocuparemos después. Poco a poco el clan de los Tuilagi, o el clan de “Freddie” se asentó en la ciudad, y se hizo un hueco en el corazón del club y sus aficionados. La familia crecía aún más con la llegada de Anitelea, o como aquí le llaman, Andy. Freddie había construido su imperio y se marchaba a Cardiff a seguir disfrutando del rugby.
Mientras tanto, a medio mundo de distancia, nuestro protagonista “padecía” las consecuencias de portar tan ilustre apellido. Nacido en 1991, el mismo año en que Fereti se ponía por primera vez el jersey de Samoa, y nombrado en honor al guerrero más ilustre de su nación, Manu Samoa Tuilagi no tiene una infancia fácil: “Crecí en una pequeña villa, a metros de la playa. Como mis hermanos antes que yo, jugué siempre descalzo” relata Manu, “Jugábamos en campos que se usaban para los cerdos, llenos de hoyos, y a veces delante de mi casa, en un pequeño espacio donde se juntaban 50 o 60 chicos, con un gran árbol en el centro. Aprendimos rápido el valor del contrapié. Allí no había distinción, los niños de 8 jugaban junto a los mayores, con gente de hasta 24 o 25 años”
En esos partidillos multitudinarios, se forjó la marca registrada de los Tuilagi, el placaje demoledor, la percusión de apisonadora: “Nadie te enseñaba a jugar. Tenías que aprender por ti mismo, sin quejarte. Tenías que ponerte a placar a los mayores, sino, no te dejaban volver a jugar. Todos me decían, tus hermanos juegan por Samoa, te vamos a reventar” recuerda el pequeño de los Tuilagi. “Pero a mí me daba igual. Yo me enfrentaba a todos. Mis hermanos me enseñaron a no tener miedo, a responder a los desafíos. A ser más duro que los demás”. Y así, mientras el clan de los Tuilagi imprimía su sello en Inglaterra, el pequeño Manu luchaba por imprimir el suyo en casa, y dejar el pabellón familiar bien alto.
Llegó 2003, el Mundial de Australia, y aquel niño de 12 años contempló maravillado, como sólo un niño puede, como hicimos nosotros a su edad con nuestro primer mundial de fútbol, o de rugby, el deporte del que quería ser protagonista. Y cómo el mundo coreaba al unísono el nombre de Jonny Wilkinson. ¿Podía siquiera imaginar, que años después recibiría un pase de aquel mismo hombre para anotar su primer ensayo con Inglaterra? No, seguro que no. ¿Podía imaginar que aquel mismo hombre diría años después que él era el futuro del rugby? Tampoco.
Si Freddie fue el impulsor de la aventura de los Tuilagi, el padrino del clan, su influencia iba a ser, una vez más clave para el futuro del más pequeño de la familia. Con trece años, Manu acompaña a su madre a Cardiff, con un visado de seis meses. Recién llegado a Gales, se une a su primer equipo y descubre una manera totalmente diferente de jugar al rugby, empezando por las condiciones climatológicas: “Recuerdo mi primer partido. Estaba congelado.
Pensaba, ¿De verdad pueden jugar así? De todas formas salí de suplente y anote un ensayo, así que estuvo bien.” Sería el primero de una larga lista. Manu se traslada luego al centro de operaciones del clan, Leicester, junto con el resto de sus hermanos, incluido Olotuli, el único de los 7 que no juega a rugby. Y es que a Olotuli Tuilagi se le puede ver vestido de mujer por las calles de la ciudad inglesa: “Ha elegido vestir y actuar como una mujer, y en la familia lo aceptamos así. Es un buen chico” dice el padrino Freddie. “cuida de nuestros padres.” Y a Manu le duelen las palabras envenenadas que se dejan oír en contra de su hermano, o los rumores de que en las familias samoanas se cría a uno de los chicos para ser una mujer: “es todo mentira. Es una leyenda”
Pronto el visado de Manu caduca, pero el chico no regresa a casa. Continúa su carrera de rugby en la escuela y el condado, ingresa en la Academia de Leicester, donde a menudo tiene que ser sustituido para no provocar lesiones en los rivales, y pronto es llamado para las categorías inferiores de Inglaterra. Pero su estatus de inmigrante ilegal se convertirá en el mayor obstáculo entre él y el rugby profesional.
El contratiempo no entraba sin embargo en los planes iniciales del clan. Freddie había diseñado una estrategia, adoptar a Manu para que se pudiese quedar legalmente, pero los trámites eran interminables y se alargaron durante años, hasta que el Servicio de Inmigración tomó la decisión de deportarle. Corría el año 2009, y llegó el momento de la verdad en la vida de Manu Tuilagi. Los dos caminos, el del rugby y el de su vida personal, se habían juntado en un mismo escenario, en un día señalado. Manu Tuilagi era convocado por primera vez con el primer equipo que se enfrentaba nada más y nada menos que a Sudáfrica.
Aquella tarde previa al partido no fue la familia de los Tuilagi la única que suspiraba nerviosa. En aquella convocatoria, libre de internacionales, que se encontraban disputando los Test de Otoño con sus selecciones, había otros nombres desconocidos. Aquel día debutarían un tal Dan Cole, pilier, un jovencísimo Ben Youngs, medio de melé y Geoff Parling, un segunda línea. Todos crecidos y moldeados en la Academia. ¿Les suenan? Para ellos también era su primera convocatoria. Pero en casa de los Tuilagi la tensión era máxima. Su abogado había llamado. El partido, retransmitido a nivel nacional por televisión, había atraído a los inspectores de inmigración, que se llevarían a Manusamoa nada más terminar el encuentro. Allí, ante los ojos de todo Welford Road. ¿Valía la pena presentarse al partido? Los Tuilagi se encuentran en una encrucijada.
Pero el rugby siempre prevalece, y quiere que la cita que defina el futuro de Manu Samoa sea épica, un puñado de debutantes que resisten las envestidas de Sudáfrica en un partido histórico, jugado en la fría noche de las Midlands, con la banda sonora de un ensordecedor Welford Road entregado, totalmente enloquecido. Quiere el destino que Manu destaque por encima del resto, aquel segundo centro (12 ese día) que debutaba pero que los locales ya conocían, vaya si conocían, pero que toda una nación descubría en directo, aquel muchacho de piernas enormes que con sólo 18 años le pasaba por encima a los Sudafricanos. Y esa victoria sellaba el futuro de aquellos cuatro muchachos: “Fue el partido más increíble que he jugado hasta la fecha. Fue todo muy especial” recordaría Manu. Y mientras Manu percute sin cesar la defensa Springbok, su abogado consigue in extremis más tiempo para presentar alegaciones y retrasar la deportación. Los Tuilagi pueden disfrutar de una victoria….temporal. El padrino, sonríe orgulloso: “aquel día fue decisivo. Demostró que podía jugar al máximo nivel” Vaya que si podía.
Sin embargo todavía sería largo y duro el camino de Manu hasta el primer equipo. Mientras que sus otros compañeros eran incorporados de inmediato, la situación de Manu le impedía poder formalizar un contrato de trabajo, y por tanto jugar como profesional. Se vería relegado, un año más, a jugar con el segundo equipo, Leicester A, donde ganaría la liga y tendría un papel fundamental. Vería con una mezcla de orgullo y tristeza cómo los otros héroes de aquella gesta de Noviembre debutaban con Inglaterra en el Seis Naciones de aquel año. Llegaba el verano de 2010, y la deportación, esta vez sí, era inminente.
La inesperada solución saldría de una comunidad y una ciudad volcada con su equipo de rugby. Por medio de las redes sociales, los aficionados comienzan una campaña, contactan con representantes locales, y consiguen, tras un intenso verano de trabajo, el apoyo de tres MPs. La historia tiene final feliz. La presión política hace que Inmigración le conceda el permiso de residencia en vista de sus “méritos deportivos y su estrecha unión con el país a través de su familia”. Ese mismo Septiembre, Manu Tuilagi se convertía en jugador profesional, el más joven de la historia en debutar en la Premiership, récord que poco después le arrebataría su compañero George Ford. Libre de ataduras y preocupaciones, la bestia se desató, y la carrera de Manu Tuilagi se disparó sin freno. Pero la polémica le aguardaría una vez más, a la vuelta de la esquina.
Aquella primera temporada, Tuilagi se descubrió como un segundo centro imponente, con un juego que superaba con creces al de su hermano, mucho más limitado. Parecía que el joven Manu era una versión evolucionada, un Alesana 2.0: más rápido, más ágil, más hábil. Superaba sin problemas los emparejamientos con el resto de los centros de la Premiership, por muy grandes y experimentados que fuesen. Las combinaciones entre los dos hermanos serían una de las razones que llevaron al equipo a lo más alto de la clasificación al final de la temporada regular, y a Manu a ser convocado por los England Saxons: “Jugué todo mi rugby aquí. Inglaterra me ha criado como jugador, así que para mí la opción era clara. Mi familia respeta la decisión y están orgullosos” respondía una y otra vez Manu, acosado por la misma pregunta, por qué había decidido no jugar, como sus otros hermanos, para Samoa. Sin embargo, la oportunidad de jugar su primera final de la Premiership se esfumó pronto, con la misma velocidad con la que asestó tres tremendos puñetazos a la ceja de un atónito Chris Ashton.
Por primera vez, Manu probaba el amargo sabor de decepcionar a una afición que lo había dado todo por él, y a su propia familia. Y fue testigo, sentado detrás del banquillo, de la última liga conseguida por el Club. Era parte del aprendizaje, lecciones al estilo Tuilagi. Alesana y Freddie, ya retirado y establecido definitivamente en la ciudad con su familia, se ocupan de supervisar ese aprendizaje. Richard Cockerill cumplirá el papel de padre protector de puertas afuera, blindándole de esa presión y ese “hype” que rodea a cualquier joven estrella del rugby en Inglaterra, y a la vez mostrándose duro e impasible con el muchacho de puertas adentro, siguiendo la filosofía de que en los Leicester Tigers, sólo eres uno más.
En 2011 llegaría una batería de desafíos, sueños y metas. La primera convocatoria con Inglaterra, para jugar en Agosto contra Gales. Martin Johnson se había visto bombardeado durante el año sobre la posibilidad de llevar al joven y arrasador centro al Mundial, y parecía que las cartas comenzaban a ponerse sobre la mesa, boca arriba. “Llegar con el autobús a Twickenham, no me lo podía creer. Y durante el partido, me salió todo. Ensayé y ganamos. No podía haber ido mejor. Mis padres lo vieron por la tele desde Samoa. Fue un honor para toda la familia”. Y como no podía ser menos, como el resto de debutantes, Manu no se libraría de una tradición sagrada: cantar en el autobús de vuelta a todo el equipo. Y cantando a Ed Sheeran Manu ponía rumbo al mundial. Antes, otro partido, esta vez contra Irlanda, donde Manu le arrebató el billete de viaje al irlandés Wallace con un tremendo placaje. Es la ley del rugby: carreras que se cruzan, golpes duros que te esperan, lágrimas y sangre. Uno que va y otro que se queda. El dolor de Wallace iba por dentro.
Nueva Zelanda tuvo una vez más, sabor agridulce. Manu cuajó un buen papel, jugó todos los partidos y se destapó como un portento físico en las competiciones internas del equipo, como esa competición interna de lucha en la que consiguió vencer al resto de la plantilla, pero Inglaterra cayó prematuramente y él terminó el torneo saltando desde un ferry al mar. Otra falta de compostura…¿Otra lección aprendida?
La nueva temporada seguiría cargada de sus placajes espectaculares, sus percusiones arrasadoras y sus ensayos imposibles, algunos, como el que le anotó a los Saracens en Welford Road, que se quedan en la retina. También de reuniones familiares, con las visitas de Andy con Sale primero, y Henry con Perpignan después, a Welford Road. Los hermanos celebran su reencuentro al más puro estilo Tuilagi, para regocijo del público, placándose sin reparo en una retahíla de golpes violentos y cargas al borde de la legalidad. El final de la temporada pasada, le devuelve sin embargo ese ya familiar sabor agridulce al joven centro: Su hermano pone punto y final a su aventura en Leicester para buscar un final de carrera en Japón, uno de sus mejores amigos en el vestuario, Horacito Agulla no consigue renovar su contrato y se marcha al sur, y por el contrario el club consigue amarrar el fichaje del desconocido samoano Logovi’i Mulipola, descubierto por el propio Alesana, y que se convierte en nuevo compañero de piso de Manu y nuevo ídolo de la afición. Bajo la atenta mirada del padrino, la vida sigue…
Y el clan sigue escribiendo su historia, confiando en que el último de los hermanos clave la bandera en una cima aún desconocida. Quizás, quién sabe, en una final del mundial, quizás anotando el ensayo ganador, o con un placaje salvador. Al fin y al cabo, Manu es la última esperanza….¿O no? Pues no, porque la segunda generación de Tuilagis está ya en marcha y pronto estarán aquí para hacernos exclamar con cada placaje volador y con cada choque contundente. Por el momento disfrutaremos de Manu Samoa, “el último Tuilagi”.