Cada cuatro años, siento esa inigualable sensación de que los habitantes de este nuestro planeta ovalado cobramos voz y enseñamos al resto lo que significa nuestro deporte. Y, cada cuatro años, compruebo como más y más gente hace algún que otro comentario, pregunta por alguna acción, algún partido. Cada vez más. Y cada cuatro años, esa melé multicolor inunda el país anfitrión de fiesta, aficiones embriagadas por el calor brindado a su equipo, cervezas compartidas en la grada (y muchas más después por la ciudad) y miles y miles de anécdotas y batallitas. Cada cuatro años vestimos nuestras mejores galas. Para que nos vea todo el mundo. |
Detrás de las luces están esos entrenos a las 8 de la tarde de una fría tarde de diciembre, con el balón golpeando contra tus dedos fríos mientras piensas qué narices haces ahí bajo la lluvia y no en el sofá de tu casa. Hasta que miras alrededor y ves al resto corriendo y bajas la cabeza, aprietas los dientes y sigues a lo tuyo. Después de todo, no hay ducha que sienta mejor que la del vestuario humeante y el calor del sufrimiento compartido con los demás.
Detrás de las mejores galas están las fiestas perdidas, las quedadas, los cumpleaños, los ratos robados a familia, amigos, pareja…Las escabullidas cinco minutos antes o los retrasos porque claro, hay que ir a entrenar, a jugar, al fisio…y entonces intentamos arrastrarles al entreno, al partido, al fisio… ¿Qué mejor manera de matar dos pájaros de un tiro?
Detrás del glamour está esa casa que cargamos a cuestas en forma de esa mochila que tardamos tres horas en armar por la mañana…. Y cinco minutos en desarmar por la noche. Y sin embargo, como el perro de Pavlov cada vez que la vemos nos inundan los recuerdos de terceros tiempos que se van de las manos de la cordura, de viajes a partidos fuera de casa, de los de siempre cantando tras la victoria en el vestuario, de ese amuleto de la suerte que está ya todo destrozado.
A la vista están los ojos morados, ese lunes en la oficina o en clase donde no nos podemos sentar derechos, nos duelen las costillas un día, y al otro es la muñeca, la rodilla, las orejas…y nos miran y se rien mientras preguntan: ¿Y qué es lo que tienes esta vez? Y tú te ríes y lo cuentas otra vez, y las que hagan falta, y te das el gustazo de adornarlo a tu manera, y contar como sentaste a aquel ocho con la mano…
Y en nuestros días más oscuros nos enteramos de la noticia del accidente de Alberto Alaiz García-Blanco jugando con su club, Rugby Atletico Club de Socios. Sentimos en el estómago esa patada, ese puñetazo y nos invade miedo y rabia. Y supongo que será el mismo miedo que sentían los griegos que montaban cáscaras de nuez y avistaban las playas de Troya, y combatían con el orgullo de seguir al destino inquebrantable, y a su amor ciego por una causa. Y como ellos combatimos ese miedo con el apoyo inquebrantable a Alberto, su club, amigos y familia, y el amor ciego por nuestro deporte.
Y es que Alberto y los suyos pueden estar seguros que, mientras sigamos haciendo esos interminables kilómetros para jugar un partido en un campo vacío, la mañana de un domingo, sólo por ver como ese zaguero rezagado se queda una vez más en tierra; mientras la lluvia siga empapándonos en ese entreno oscuro de una gélida noche de diciembre, sólo por no fallar al grupo; mientras sigamos escapándonos de esa reunión, ese trabajo de grupo, esa cita con la novia o el novio o esa comida con los padres o los abuelos, o sigamos engañándoles para que vengan con nosotros; mientras sigamos armando con esmero esa mochila eterna, donde guardamos la ropa del entreno, la ropa de después del entreno, las protecciones que nos hacen sentir como Dusatoir, las botas del decathlon con las que nos atrevemos con el contrapié de Cooper, y el casco con el que pescamos como Hooper, y mientras sigamos vistiendo con orgullo el ojo morado, los raspones en brazos y piernas y esas batallas contadas a nuestra manera…
…mientras todo eso siga ocurriendo Alberto jamás, jamás, JAMÁS estará solo, porque sí, somos testarudos, cabezotas, pesados y hasta puedo admitir que un poco plastas con nuestro deporte, pero ante las adversidades nos venimos arriba, nos unimos como la colonia de hormigas que forma un puente para superar un gran charco, y juntos avanzamos y seguro, nunca dejaremos solo a UNO de los nuestros.
Un abrazo muy fuerte para Alberto, familia, compañeros y amigos. Nunca encontramos una piedra tan grande que nos impidiera seguir por nuestro camino. #fuerzaAlberto