Atrás, una corta carrera que, por momentos, parecía estancada, jugando a caballo entre el segundo y el tercer equipo de un gran equipo de las Midlands, y con un par de partidos con Inglaterra sub-21 a sus espaldas, llenas de heridas de tacos. Y mientras recostaba el asiento para hacer hueco a sus dos metros de puro músculo inglés, sacó la arrugada carta del bolsillo, incrédulo aún de que un trozo de papel le hiciera recorrer medio mundo, desde Market Harborough hasta Tihoi. Y entonces, cerrando los ojos y con la carta aún en sus manos, recordó como había empezado todo…
Las oportunidades en ocasiones llegan manchadas de humo y hollín. El pequeño Martin Johnson no podía creer aún que su familia se mudase de un precioso barrio en las afueras de Birmingham a Market Harborough, un pueblo a las afueras de Leicester, industrial, sucio, con una carretera por la que pasaba toda la maquinaria pesada que salía de la inmensa fábrica de Caterpillar de la ciudad. Las East Midlands no eran sitio para un pequeño amante del fútbol, fanático del Liverpool. La primera impresión, desde luego, no podía ser peor. En la escuela, las cosas tampoco irían mejor. Allí sólo se hablaba de rugby y lo poco que se habló de fútbol a su llegada fue para recordarle que sólo el Leicester City había vencido al glorioso Liverpool de finales de los setenta aquella temporada. En dos ocasiones.
Las oportunidades en ocasiones llegan manchadas de sangre y barro. Rugby, ¿qué era aquello tan fascinante sobre el rugby? Martin no lo podía entender. Su primera experiencia con el rugby había sido horrible. Su padre le había llevado a ver un partido de sus compañeros de trabajo. Allí, en un día de un gris miserable, en un campo en mitad de la nada Martin sólo veía viejos pasados de forma, llenos de barro, con medias de colores diferentes, barrigas maceradas al son de barra de bar, corriendo de aquí allá detrás de una pelota y dándose trompazos una y otra vez.
¿Aquello era rugby? ¿Cómo podían compararlo con el fútbol? Con sus ídolos del Liverpool, cada uno con su conjunto rojo, impoluto, orgulloso, corriendo elegantemente por el terreno de juego , observados por las gradas de aquel estadio mítico, con un Anfield que no paraba de rugir. No, aquello del rugby, definitivamente, no era para él.
Siempre nos encontramos con el mismo dilema, en el deporte y en la vida: ¿Los líderes nacen o se hacen? A lo largo de nuestro camino encontramos ejemplos que decantan la balanza hacia uno u otro lado. Martin era el perfecto ejemplo de que los líderes nacen. A su llegada a Leicester, en su primera temporada en la escuela, el gigantesco defensa central ya era el capitán del equipo de la escuela.
Y en aquellos primeros años a las afueras de Leicester, dos experiencias opuestas cambiarían su vida para siempre. Una, su primera visita a Twickenham. Su padre, consciente de que quizás aquel partido embarrado no había sido la mejor manera de mostrarle el rugby a Martin, consiguió que un grupo de compañeros y sus hijos organizaran un viaje al Torneo V Naciones, a ver a Inglaterra jugar frente a País de Gales. Y lo que Martin vió a su llegada se quedó grabado a fuego para siempre: miles y miles de personas desfilando hacia el estadio, con sus bufandas blancas, sus camisetas blancas. Leer el programa del partido, con nombres que no conocía, ni uno solo de ellos, pero al lado de algunos ponía Leicester Tigers, y aún sin saber por qué aquello llenó de orgullo a Martin.
El rugby, ahora sí, había entrado de lleno en sus venas, como el torrente de una presa que abre sus compuertas. Martin se apuntó de inmediato al equipo del colegio, donde comenzó jugando como número 8 por su tamaño. Pronto, antes de acabar el año, ya era también capitán. Y compatibilizando un deporte y el otro pasó los años de la escuela.
El otro incidente, meses después de aquella visita a Twickenham, fue su primera visita a Anfield Road. No eran sin embargo, las décadas de los 70 y 80 las mejores para que un niño fuese al fútbol en Inglaterra. A la salida del partido, Martin, su hermano y su padre se encuentran en mitad de un enfrentamiento entre la afición del Liverpool y la afición rival, con ladrillos, cascotes y botellas volando de un lado a otro de la calle. El padre tiene que llevarse a los dos pequeños a toda prisa. El fútbol, para Martin, ya no es lo que era.
Y a su llegada al instituto, cada vez encontraba más dificultades para compatibilizar ambos deportes. El rugby le había abierto las puertas a una experiencia nueva, excitante. La adrenalina de los partidos de rugby no la podía replicar en el fútbol de ninguna manera, y aquello le frustraba. La camaradería, los viajes con la selección regional a otras partes de Inglaterra. Así, cuando llegó el momento de elegir entre uno y otro, no hubo dudas. Aquella oportunidad, manchada de humo y hollín, llena de barro, sangre y sudor, se había convertido en una realidad.
Una vez tomada la decisión, su progresión en el rugby se aceleró, con Martin jugando a la vez en el equipo de su instituto, en su club local y en la selección de las Midlands. Pero, ¿Y los Tigers? ¿Cómo se podía vivir tan cerca de Welford Road y no tener esa oportunidad?
Si las oportunidades no aparecen, se crean. Y así, un día, un compañero de Martin recibió una invitación para entrenar en el tercer equipo de los Leicester Tigers. Martin decidió, en una apuesta bastante arriesgada, presentarse sin ser invitado. A su llegada casi no podía creer lo que estaba viendo: ¡el tercer equipo entrenaba junto al segundo y al primero!
Y allí estaba, cara a cara con leyendas, con aquellos nombres que pisaban la hierba de Twickenham en el V Naciones. Los Dean Richards, Peter Wheeler, Clive Woodward, los hermanos Underwood… la valentía de Johnson a la hora de presentarse allí sin que nadie le hubiera llamado tuvo su recompensa. Pasó a jugar en el tercer equipo y pronto debutaría también en el segundo.
Pero la llamada del primer equipo tardaría aún en llegar algún tiempo. Al principio, a Martin no le molestó. Aún jugaba en su club entre semana, los sábados lo hacía con Leicester y los domingos con las Midlands... era suficiente. Llegó también la llamada de Inglaterra sub-21 y un torneo en Cardiff, el primer 'gran viaje', el primer gran campeonato y, para aquel joven de 18 años, los primeros grandes terceros tiempos por las calles de Cardiff, regados con 'ale' y cerveza negra....
Ser un líder no siempre significa liderar. Los líderes tienen a menudo el instinto de saber siempre en qué lugar están y qué comportamiento se espera de ellos. Dijo Aristóteles que "aquel que nunca siguió órdenes jamás aprenderá a dictarlas". Y para Martin aquellos años fueron de aprendizaje. Siguió a los grandes capitanes que le guiaban. Les siguió sin vacilar, empapado por todas las lecciones que se extendían ante él. Comprobó que existían diferentes tipos de líderes.
Unos, como Dean Richards, lideraban con el ejemplo en el campo. Simplemente lo hacían poniendo su cuerpo en primera línea de batalla, una y otra vez. No había grandes gesticulaciones ni discursos. Otros, como Will Carling lideraban desde dentro y desde fuera, sin dejar nada fuera de su ojo escrutiñador y acogiendo a los más jóvenes bajo sus alas. Y entonces, como casi siempre suele ocurrir, a sus 19 años, en una temporada frustrante donde el sueño del rugby comenzaba a escurrirse entre campo y campo embarrado, y partidos del tercer y el segundo equipo, apareció. Disfrazada, una vez más.
Las oportunidades aparecen en forma de carta. Un día, a la llegada de un partido, Martin Johnson se encontró con una carta a su nombre procedente de Nueva Zelanda. Un tipo llamado John Albert le había visto jugar con Inglaterra sub-21 en Cardiff, y quería saber si estaría dispuesto a jugar para su pequeño club en Tihoi, un pueblecito a dos horas de Auckland, en Nueva Zelanda. Johnson no daba crédito ¿Sin conocerme de nada quiere pagarme un viaje de avión, sólo porque me ha visto jugar un partido? Pero donde muchos ven una nube de polvo, los líderes ven algo que se esconde detrás, y tras reflexionarlo Martin pensó que aquello era una oportunidad única.
Inglaterra podía llegar a ser muy tediosa, y Nueva Zelanda era un lugar exótico, y además estaba el rugby. Había oído las historias de los Lions jugando allí. Había visto cómo ganaban la Copa del Mundo del 87. Allí le buscarían un trabajo y quién sabe qué más. Era hora de poner toda la carne en el asador. Y desoyendo los consejos de sus entrenadores de Leicester, Inglaterra y de sus padres, se presentó en 1989 en la terminal de Heathrow, dispuesto a embarcar en aquel Continental 747.
Cuando Martin Johnson llegó a Tahoi, tras dos horas de un tortuoso trayecto en coche desde Auckland, estoy seguro de que no se esperaba lo que se iba a encontrar. Un pueblo en mitad de la nada, rodeado de campos y colinas. El campo de rugby, era simplemente un campo con líneas y palos. Trabajaría en la pequeña sucursal bancaria del pueblo. Pero las fichas ya estaban en el centro de la mesa, y ahora no era tiempo de echarse atrás. El rugby apagó todas sus dudas. En uno de los equipos más modestos de la liga regional Martin se encontró con un rugby furioso, sin tapujos, jugado a quinta velocidad y con una agresividad en el contacto espectacular. Allí todos eran jugadores de rugby en potencia. ¿Qué faltaba uno para el día del partido? Llamaban a un granjero cualquiera, que, sin entrenar ni un día tan solo, llegaban al partido y se transformaban en un jugador de rugby.
Martin trabajaba duro para no quedarse atrás, para adaptarse a aquel ritmo frenético. Y no sólo no se quedó atrás, sino que pronto fue seleccionado para el equipo provincial, Kings Country. Allí jugaría la liga de condados. Y en unos meses, pasó de jugar en la segunda y tercera liga de Inglaterra a verse rodeado de los "All Blacks" que habían ganado el Mundial unos años antes. Allí enfrente tenía unos días a Sean Fitzpatrick, Michael Jones, Grant Fox o John Kirwan. Y aquel joven de diecinueve años no estaba dispuesto a que el miedo, o los nervios arruinaran su experiencia.
Las oportunidades se visten de negro. Lo más increíble aún estaba por llegar. Aquellos tres primeros meses se convirtieron en seis, y luego en un año entero. Johnson no iba a regresar a Inglaterra sin probar antes hasta dónde podía llegar. Desde el otro lado del teléfono le decían que estaba cometiendo una locura, que Leicester e Inglaterra se habrían olvidado de él en un año y su carrera estaría truncada. Todo lo contrario. Para sorpresa de todo el condado, cuando llegaron los 'trials' de los 'All Blacks' sub-21 sólo había un nombre de Kings Country: Martin Johnson. Aquello, de repente, se había convertido en algo muy serio. No se puede decir que al joven Johnson le recibieran con hostilidad en la concentración para la sub-21, pero a nadie le hacía gracia que un paliducho inglés se hiciera sitio entre los 'All Blacks'. Durante la pre-selección todo el mundo quería placarle, fintarle, robarle las 'touches', pisarle, amedrentarle. Pero con esa tenacidad que demostró a lo largo de su vida, ese orgullo inglés irrevocable, Martín no dio un paso atrás. Y entró en el equipo. Su debut sería en una serie de tres partidos contra la selección sub-21 australiana en suelo 'wallaby'. La mañana de aquel primer 'test' Martin se levantó y recibió la que, en sus palabras, es aún la mayor sorpresa de su carrera. En el equipo titular estaba su nombre.
Aquel sábado, miles de espectadores ocuparon sus asientos en el Sydney Football Stadium para ver a los 'Wallabies' contra Francia. Pero sin saberlo iban a vivir un momento muy especial, histórico, antes incluso de que aquel partido comenzara. Primero, jugarían los 'All Blacks' sub-21 contra los 'Wallabies' sub-21. Y aquel fue el primer enfrentamiento entre dos jóvenes muchachos que años después levantarían la Copa del Mundo como capitanes de sus respectivas selecciones. Uno, Martin Johnson. El otro, John Eales, que sólo catorce meses después sería llamado por sorpresa para disputar, y ganar, la Copa del Mundo de 1991. Aquel fue el primer enfrentamiento entre ambos. El último sería, un septiembre de 2003, curiosamente también en Sydney, en la final de la Copa del Mundo. El destino, irónico y caprichoso, hace que dos caminos diferentes siempre se vuelvan a cruzar.
Martin jugó los tres 'tests', y cuando aquella experiencia terminó, sintió el deseo de volver. Nueva Zelanda le había cambiado como jugador y como persona. Y tenía una cuenta pendiente que resolver en Inglaterra. A su vuelta, su carrera ya no tendría freno. Y el resto, es historia: Leicester, Inglaterra y los British & Irish Lions. Capitán en los tres. 390 'caps', cinco ligas y dos Copas de Europa con los Tigers. El único capitán del Hemisferio Norte en levantar una Copa del Mundo. El único jugador en la historia en capitanear dos giras de los Lions, la de 1997 y la del 2001, siendo en la primera de ellas capitán de los Lions cuando aún no lo había sido con Inglaterra. Seleccionado para la gira de 1993 cuando todavía tenía un solo partido internacional a sus espaldas. Y quizás un record mucho más increíble: como jugador ganó a todas las selecciones contra las que se enfrentó en casa y fuera.
¿Los líderes nacen o se hacen? No lo sé, quiero pensar que es una combinación de ambas cosas. De un carácter irresoluble y una fe inagotable. De una fijación inquebrantable en llegar siempre más allá, en ver un camino entre las arenas movedizas. Son muchas las anécdotas contadas por los contemporáneos de Johnson que ejemplifican su carácter innato para liderar...
Paul Wallace cuenta que en el vestuario de los Lions de 1997, antes de los partidos, había muchas voces, gritos, discursos. Pero que cuando Martin se levantaba se hacía el silencio. Y el día del partido decisivo contra Sudáfrica para ganar las Series sólo dijo una palabra: "Hagámoslo". Y lo hicieron. También en junio de 2003, contra los 'All Blacks'. Defendiendo el marcador, Inglaterra tiene una melé en contra a escasos metros de su línea de ensayo. Con Hill y Back en expulsados, son seis contra ocho. Tienen que aguantar como sea. Y Martin se gira, mira fijamente a sus cinco compañeros y dice solamente tres palabras: "Agachaos y empujad". Y empujan, resisten y ganan.
No, no sé si los líderes nacen o se hacen, sólo sé que un líder reconoce, bajo cualquier disfraz o careta, la oportunidad que le cambiará la vida y está dispuesto a jugarse lo que haga falta para conseguirla. Y todos le seguirán sin pensarlo. Mira a tu alrededor. Allí están, aunque aún no las veas. Hazte la misma pregunta: ¿Será este el momento que me cambie la vida?