La ofensiva galesa abre las hostilidades con una virulencia y una velocidad extraordinaria, y pronto los irlandeses se defienden en el núcleo de la ciudad, como gato acorralado. Los galeses avanzan posiciones en formación relámpago, su comunicación es extraordinaria, y Jamie Roberts lidera la ofensiva de las tropas ligeras. “El niño perfecto” que se alistó dejando su carrera de medicina de lado. Corriendo a su lado están el versátil Halfpenny, el escurridizo George North y el francotirador galés, rondando en la distancia: Rhys Priestland. Los irlandeses, prácticamente acorralados, defienden con todo lo que tienen. Desde su puesto de mando en el campo de batalla Paul O’Connell no para de gritar órdenes. Organiza, empuja, anima. Si las líneas caen ahora, la batalla está perdida.
A los 13 minutos de comenzar, los dragones consiguen abrir la primera brecha en las defensas del trébol. JJV Davies culmina la internada. 3-5. Pero los irlandeses consiguen recuperar el dominio, palmo a palmo, casa a casa. En el corazón del ataque irlandés, el trío más peligroso y más temido de las Islas Británicas. Uno, cinta en la cabeza. Él lidera el escuadrón. Los otros dos, con cascos, pintura debajo de los ojos y cigarrillo en la boca. De sus enormes cuellos cuelgan cintas de munición, y sus monstruosos bíceps agarran poderosas ametralladoras. Son los pesos pesados de las tropas irlandesas, sus nombres, conocidos en todo el continente: Heaslip, Jamie, “El Israelita”. O’Brien, Sean, “El granjero” y Ferris, Stephen “The Ulstermen”. Ellos consiguen hacer vacilar a los galeses, con unos ataques suicidas, ametralladora al hombro, polvo a su alrededor y una nube de casquillos humeantes a sus pies.
Mientras tanto, los tanques chocan en el centro del campo de batalla. Healy, Best y Ross dirigen los tanques Irlandeses, Gill, Bennet y Jones los galeses. El status quo se mantiene. La caballería no decidirá esta batalla. En la lejanía, un muchacho de mejillas rosadas no está teniendo su mejor día. En la soledad propia del francotirador, Priestland piensa para sus adentros que ha fallado demasiados tiros. No tendrá muchas más oportunidades. Sin embargo, su mano sigue temblando. Quiere achacarlo al frío, pero sabe que la situación le supera. En las alturas, O’Connell y O’Callahan han establecido una superioridad aérea que protagoniza el resurgir de los irlandeses. Los códigos han sido interceptados, y cada intento galés de ataque por el lateral es inmediatamente neutralizado. Al borde de los cuarenta minutos, y con la ofensiva irlandesa tomando más y más forma, el viejo y destartalado tanque norirlandés conducido por Rory Best, y escoltado por las tropas de asalto irlandesas, consigue romper la defensa galesa. 10-5 y Dublín respira por primera vez. Es el momento de que ambos ejércitos se den una breve tregua.
Sin embargo, un duro golpe esperaba a los galeses en el intermedio. Con los dos ejércitos retirándose a sus respectivos cuarteles, un desgarrador grito se escucha en la desolada tierra de nadie: ¡Sanitario! El aullido es estremecedor. Y cuando los sanitarios llegan, se encuentran con el bravo capitán galés, Sam Warburton, tendido en el césped, inmóvil. Ha sido alcanzado y su batalla termina ahí. Los sanitarios le arrastran a toda velocidad, ignorando sus llantos de dolor. La batalla se reanuda con un disparo certero del joven Sexton. 13-5. Pese a su juventud, el joven dublinés ha vivido ya las suficientes batallas como para considerarse un experto tirador. Ni el frio, ni la presión de estar defendiendo su propia ciudad, ni el haber ocupado el lugar del más ilustre tirador de la historia de Irlanda, el legendario Ronan O’Gara le afectan. No, el ya no es un niño. Al otro lado, el rifle ha pasado de las manos de Priestland a las de Halfpenny. Ordenes de arriba. Y la decisión funciona. El primer disparo de Leigh da en el blanco. 13-8. Quizás sea este duelo de francotiradores el que sí decida el partido.
Los galeses siguen fieles a su táctica. Han estado mucho tiempo estudiando la ofensiva, saben lo que tienen que hacer. La artillería arrincona una vez más a los irlandeses en el corazón de Dublín. Una vez arrinconados, es tarea de las veloces tropas móviles comandadas por Roberts la de clavar la bandera del Dragón. Y así lo hacen, una vez más, en el minuto 55 por medio de JJV Davies. 13-15 y la batalla no tiene dueño. En el centro de todo este caos controlado dos hombres tienen una función importantísima. Se trata de las llamadas “ratas”. Ellos serán los encargados de colarse en las trincheras o túneles enemigos, aprovechando su pequeño tamaño y su rapidez, y armados únicamente con una pistola de mano. El laureado Mike Philips es la “rata” galesa, uno de los mejores en lo suyo. Su homólogo irlandés es Conor Murray, que limpia las trincheras con una eficacia y una rapidez extraordinaria. Y llega el momento en que ambos se encuentran, frente a frente, en una profunda trinchera. Sorprendidos, se miran, se cruzan, y sin levantar el arma se dejan ir el uno al otro, sin decir una sola palabra. Respeto mutuo. El código del gremio.
Las órdenes de Kidney no paran de llegar al trasmisor del atareado O’Connell, que intenta dirigir a sus tropas lo mejor que puede. Harto de las voces en su oído, el veterano Paul se arranca el auricular. “Esto lo haremos a la vieja escuela” farfulla enfadado. Levanta su vista. En las proximidades puede ver a su trío preferido, causando estragos en la defensa galesa entre risas y chistes indecentes. La cinta de Heaslip, otrora blanca, se ha teñido de rojo sangre. Rápidamente O’Connell les transmite su plan. Abrir una brecha para que el veloz Tommy Bowe plante una bomba en la retaguardia de los dragones. Tiene que ser un movimiento coordinado, rápido y eficaz. Corre el minuto 67 y el plan sale a la perfección. 21-15. Una vez más, Dublín puede respirar. Será por poco tiempo.
Gatland ha venido aquí con un propósito, y lo conseguirá cueste lo que cueste. Él ya ha echado toda la carne en el asador en un arriesgado “all-in”. O conquista Dublín, o muere aniquilado. No hay marcha atrás. Y con esa valentía que contagia a todo aquel que sabe que no va a volver, los galeses, una vez más, asumen el control del tablero de ajedrez. Saben que se les acaba el tiempo, y las energías, y reúnen lo último para una ofensiva total. Un ataque relámpago de North, tan acostumbrado a las tácticas Blitzkrieg pone el 21-20. Corre el minuto 75.
Y es aquí cuando Leigh Halfpenny, rifle en mano, olisquea el horizonte en busca de una oportunidad, una sola oportunidad de asestar un golpe mortal. Su mente se abstrae de todo lo que ocurre a su alrededor, de los gritos, de los ruidos, de los olores a pólvora y muerte y de la hierba levantada. Su cerebro sólo busca ese espacio, ese hueco…Hasta que lo encuentra en Ferris, que presa de su excitación se ha salido de la línea, ametralladora en mano, en una carga violenta y solitaria, dejando al descubierto el corazón de las defensas Irlandesas. Leigh sabe que es ahora o nunca. ¡Click! La bala entra en la recámara. Inspira. Su mirada se dirige al objetivo. Expira. Calcula el viento y la temperatura. Inspira. Apunta su rifle. Expira. Contiene la respiración. Tom tom, tom tom, tom tom, el corazón le late apresuradamente. Aprieta el gatillo y….
A las afueras de Dublín, en un hospital de campaña, un niño corre desesperado con un papel en la mano. Recorre los pasillos hasta que da con una habitación, abre la puerta de un empujón y se dirige a la ventana, donde una figura permanece sentada en una silla de ruedas. “Señor, Du, Señor, Dublín, Señor…” el niño, con la voz entrecortada, presa del pánico y la falta de aliento no acierta a decir esas palabras tan importantes. El hombre de la silla de ruedas, sin girarse, dice, con voz calmada: “Tomate tu tiempo, respira y dime lo que has venido a decirme”. El niño, recupera el aliento, le pasa el papel ensangrentado y exclama “¡Dublín ha caído!”. Y esa figura, que no es otra que la de Brian O’Driscoll, maldice por lo bajo mientras aprieta el papel con su brazo sano. Toca huir y reagruparse. Eso, o encontrar el trébol de cuatro hojas.