Y entonces comienza un camino de espinas hacia el banquillo, donde siente a cada paso la mirada punzante de todos y cada uno de los 58.000 espectadores del Adam Park, donde siente cada cámara, cada flash, cada comentario. La camiseta, esa que se puso con orgullo hace poco más de media hora, le parece ahora la camisa naranja de un condenado a muerte. Le oprime el pecho, le aprieta el corazón, le pesa la historia. Y el joven dragón quiere quitársela, arrojarla, pero sabe que no puede, como tampoco un preso puede quitarse sus grilletes.
En el banco, las cosas no mejoran. El Capitán debe contemplar con impotencia cómo sus 14 compañeros desafían a la lógica, luchan contra el destino y contra lo establecido. Y cuando sendos golpes de Parra encuentran su camino entre los palos, y Francia toma la delantera en el marcador, ese veterano de 23 años no puede contener las lágrimas. Mil pensamientos se agolpan en su cerebro, en su corazón. ¿Y si nunca hubiera hecho ese placaje? ¿Y si no hubiera corrido hacia allí? ¿Y si...? Miles de circunstancias se recrean en su cabeza, todas con el mismo final: No habríamos perdido este partido.
Pero Warburton no sabe que en el terreno de juego se está dibujando otra realidad bien diferente. El ejército galés se estrella una y otra vez contra los muros franceses, dispuesto a vengar el honor manchado de su capitán. El nuevo líder, AW Jones, grita de rabia y anima a sus chicos, y a cada carrera de Jamie Roberts, a cada choque violento de Faletau, el preso se siente un poco más libre. Y cuando en el minuto 58 Mike Philips cruza la línea de marca, todos creen que es posible. Pero hace falta algo más, un punto de tranquilidad y experiencia para culminar la machada, y Gatland cree saber quién puede tirar del carro. Y ese viejo dragón que ya tenía las alas plegadas, vuelve a tener, como tantas otras veces, el peso de la historia en sus espaldas. Pero esta vez, el viejo dragón calcula mal las distancias, y la transformación fallada le va a salir cara a Gales. Stephen Jones mira al suelo con ese gesto tan suyo. 8-9.
Y de aquí al final, hay que hablar del orgullo arrogante del gallo. Ese equipo en desbandada que ha llegado hasta aquí a base de caos y anarquía. La excepción que confirma la regla. Esos individuos que confirman que no siempre se necesita un equipo unido, una preparación perfecta, un técnico en sintonía con sus jugadores. Y es que a veces, basta con toneladas de oficio mezcladas con talento. Y la defensa de Francia sabe contener en los últimos minutos las envestidas galesas de una forma inteligente, utilizando la táctica de la tierra quemada. Placaje y un metro atrás. Y nadie se mete en las abiertas. Y Gales se queda sin oxígeno, como el pez que muerde el anzuelo. Y el sueño se termina, y el gallo está en la final.
Volvemos al banquillo. El Capitán que había seguido esa lucha desesperada de sus compañeros con una mezcla de vergüenza y excitación, vuelve a sus cábalas. ¿Y si….? Lo que no sabe, es que a miles de kilómetros, en el Millenium Stadium de Cardiff, los aficionados se hacen una pregunta bien diferente. ¿Y si nunca hubiéramos tenido a Sam Warburton? Y todos coinciden en que sin su capitán, este equipo jamás habría llegado a semi-finales, jamás habría hecho soñar a todo un país. El dragón se retira a su cueva y se lame las heridas. Volverá.