Al otro lado, los mortales vacilan, pero no han subido hasta aquí para darse la vuelta. Forman en punta de lanza, comandados por el Ulises galo. Astuto, recto, decidido, valiente y resuelto, Dusautoir siente el aliento de los suyos a su espalda, y confía en el factor sorpresa. Los dioses no saben, que hoy han venido a luchar y morir XV héroes, entre ellos algunos de sus hijos. Y allí puedo ver, entre otros, al titán Prometeo, con el diez a la espalda; puedo ver al gigante Ajax, al que también llaman Lionel Nallet. Veo a Heracles, conocido como Hércules en otras tierras, y también conocido como Harinordoqoy en su Bayona natal. Alto, imponente, con su cinta en la cabeza, dispuesto a pasar sus doce pruebas. El Ulises galo recoge el reto lanzado por los dioses de negro con la mirada, es hora de que dejen de regir el destino del rugby.
Desde esta alta roca pude contemplar esa batalla encarnizada, esa lucha sin cuartel. Blanco y negro, negro y blanco, dioses y mortales. El 7 negro, el dios del trueno All Black, asesta golpes en todas direcciones, enloquecido. Le ciega la rabia, las ganas de hacer pagar al hombre esa osadía. No habrá piedad en el Olimpo. Y el primero en darse cuenta es el Prometeo francés, que ha intentado robar el fuego a los dioses para dárselo a los hombres, y paga un alto precio. Parra, tendido sobre el suelo, atropellado por el minotauro, escucha su castigo. Para él la batalla ha terminado.
Acto seguido, los dioses asestan otro golpe mortal. Minuto 14, y el pulso comienza a decidirse. Los dioses lo celebran, embriagados por su éxito, brindando con vino y riéndose de lo fácil que ha sido. Y al otro lado, el Ulises de tez morena intenta evitar el pánico en sus filas, y confía en la respuesta de sus comandantes. Esto no puede acabar tan pronto. “¡La inmortalidad es vuestra, cogedla!” grita.
Y en ese océano negro navega una esbelta figura blanca, que se mueve con una rapidez y una agilidad impropia de mortales. Sus choques son violentos, y su melena dorada se agita cada vez que siente el impacto. No hay ninguna duda, es Aquiles, con el 13 forjado en la espalda de su armadura, el que se abre paso con fuerza, dispuesto a cumplir con el fatal destino que le ha escrito el hado. Pero al hijo de Peleo no le importa, el de los pies ligeros ha venido a su cita con la historia. Y su inspiración cala hondo en su guardia personal, sus mirmidones: Medard, Clerc y Mermoz; dispuestos a seguir a su líder hasta lo más profundo del Hades si fuera necesario.
La batalla continúa, y la ferocidad aumenta más aún si cabe. El dios del trueno All Black y el Hércules galo disputan cada balón aéreo, se sumergen en cada ruck, protagonizan todas las embestidas. Y poco a poco, la balanza se va inclinando hacia el otro lado, y los mortales consiguen un golpe crítico, y no podía ser otro que el astuto capitán el que posara el balón en la línea de marca, para hacer enmudecer al Olimpo y sembrar la esperanza entre los suyos. Un joven Trinh Duc convierte, en su armadura se dibujan los músculos de un guerrero experimentado, pero en su cara se atisba la juventud de un muchacho, ¿No será Patroclo disfrazado de Aquiles? ¿Sentirá la presión si recae sobre él la tarea de clavar la espada en el corazón de los dioses?
Aquiles conoce la respuesta. El ya sabe el resultado, ya conoce su muerte. Sabe que el guión de los treinta minutos restantes está escrito desde hace tiempo. Por eso cuando al joven Trinh Duc se le presenta el momento clave, para enterrar su espada en lo más hondo de las entrañas negras, a quince minutos del final, Aurelien Rugerie no levanta la cabeza, no mira a los palos. Se oculta tras su dorada melena. Y hasta el final, será todo agonía. Cuando la batalla acaba, los dioses lo celebran con alivio. Han subestimado al hombre, y por primera vez en mucho tiempo, han sentido miedo. Su apuesta les pudo salir muy cara. Es más, saben del espíritu incansable de superación del hombre, de su ansía por alcanzar lo desconocido, por luchar contra lo establecido. Y entienden que volverán para retarles, en cuatro años desde hoy.
Y desde mi alta roca pude contemplar, como un niño se acercaba al Aquiles moribundo, y le susurraba que él jamás habría jugado este partido, que jamás se habría enfrentado a los All Blacks en el Eden Park. Le susurra que sus enemigos eran enormes, “jamás habría peleado contra Richie McCaw, Brad Thorne o Ma Nonu” afirma el niño. Rugerie le mira y responde tajante “Por eso nadie recordará tu nombre”.