Es Brian O'Driscoll un viajero de los de antes. Un viajero solitario, un aventurero, que esquiva peligros con una pícara sonrisa. Peligros y obstáculos en forma de pequeñas piedras, que se guarda en su mochila, para recordar y no olvidar lo que una vez le hizo tropezar. Y para enseñar a los jóvenes que escuchan sus historias. Es un viajero de los de amuletos y manías: La libreta en la que escribe antes de cada partido, la vieja camiseta que siempre va debajo de los modernos y caros jerseys y que cuida con mimo. Es uno de esos viajeros obsesionado con hacer una cima legendaria, que persigue durante toda su vida. Uno de esos lugares de los que ha oído hablar pero que en ocasiones se cuestiona si existe siquiera. Ganar una gira de los Lions, una cima que ha intentado conquistar tres veces, y tres veces le ha hecho retroceder. Perderse en las páginas de su cuaderno de viaje es echar una vista atrás a las muchas ocasiones en las que ese viajero de pies rápidos pudo perderse en el desierto de la fama y la locura y no lo hizo.
Retrocediendo en sus páginas nos encontramos con aquel frío 30 de marzo de 2003 en Dublín, en el último partido del Seis Naciones, cuando el gran Martin Johnson le quiso echar un pulso. Allí estaban, Irlanda e Inglaterra, jugándose el Seis Naciones y el Grand Slam en un último partido. Llegaron los hijos de la reina, orgullosos, arrogantes y con ganas de guerra. Al frente el mejor de sus capitanes, el imponente Martin Johnson, decidido a desequilibrar el partido antes incluso de que empezara. En el túnel de vestuarios, las cámaras enfocan al gigante inglés, dedos vendados, orejas de coliflor, frente tozuda y mirada de concentración absoluta. Sale corriendo, y desoye las indicaciones de los empleados que le dirigen a la izquierda, a la posición que ha de ocupar el XV de la rosa para escuchar los himnos. Abucheos del respetable. Pero Martin y sus chicos se han clavado a la derecha del palco, y nada les movería de allí.
Así que a Brian sólo le queda una opción, ceder y colocarse en el lado de la alfombra roja que no les correspondía. Sale el XV del trébol bajo un halo de excitación. Brian y sus chicos se dan una vuelta corriendo, pasan caminando por delante de Martin y sus tropas y se colocan a la derecha del equipo inglés, encima de la hierba. Brian sonríe mientras la presidenta le susurra divertida algo al oído. Años después Brian contestará con una frase enigmática y legendaria a una pregunta sobre Martin Johnson: "Conocimiento es saber que el tomate es una fruta, sabiduría es saber que no hay que ponerlo en una ensalada de frutas". Risas. Continúa el viaje.
Pasamos las páginas de ese diario hasta situarnos en 2005, en la gira de los Lions por Nueva Zelanda. El gran momento que pudo ser y nunca fue. En el mejor estado de forma de su vida, una capitanía de los Lions en la tierra más hostil del planeta ovalado. La aventura duraría 30 segundos del primer test, lo que tardarían Tama Umaga y Kevin Mealamu en agarrarle cada uno por una pierna y estrellar su cabeza contra el césped, rompiéndole el hombro y acabando con un sueño. Cuentan las páginas de ese viajero cómo, aquella noche, Justin Marshall fue el único All-Black que le visitó en el hospital y cómo, una semana después, durante el tercer tiempo del segundo test, Brian y Marshall estuvieron sentados en la barra del bar toda la noche. Brian le contaba cómo, pese a todo, estaba maravillado con Nueva Zelanda, su cultura, su manera de ver el rugby. Y Justin le contaba como allá abajo, todo el mundo respetaba a aquel pequeñoo irlandés de pies rápidos. Aquella noche, el rencor y el odio se ahogaron en una jarra de cerveza. No conviene tenerlos nunca de compañeros de viaje, pues te atormentan en las noches solitarias que te esperan en el camino.
Las páginas y los viajes nos devuelven a 2009, a aquella dura gira por Sudáfrica. Tiene Brian alma de viajero pues sabe adaptarse siempre a las tierras que visita. En Australia se convierte en un centro rápido y evasivo, de contrapié y truco de magia. Pero en aquella gira se convirtió en un centro imponente y agresivo, dispuesto a no retroceder ni un paso ante las provocaciones sudafricanas. Y en el segundo test una de sus clásicas salidas de línea le hizo poner un placaje demoledor arriba, y tumbar al matón de Bloemfontein Heinrich Brussow. El único problema es que ese placaje suicida le costaría el resto de las series. Si le preguntaran en ese instante a Brian si volverá a lanzarse contra Brussow sabiendo que ese placaje le costará el resto de partidos, apostaría mi mano sana a que Brian responderá con algún sarcasmo. Demonios, esto es rugby, pensará.
Cuatro años más y por fin aquella cima que lleva esperando toda su vida asoma por el horizonte australiano. El viejo Brian aún tiene fuerzas para cumplir ese gran sueñoo. Durante la gira se dedica a compartir sabiduría con el joven capitán galés. Le enseña su mochila, sus piedras, su diario, le cuenta sus viajes, los peligros. Le cuenta aquel día en que él y Jonny se sentaron en el bar de un hotel. Y Sam Warburton escucha atento. Sin duda el joven dragón será un gran capitán, pues ha sabido empaparse de las lecciones de los viejos leones. Y ya se sabe, como le dijo Ulises a Aquiles durante la guerra de Troya: "En ocasiones hay que saber escuchar para poder liderar". Y al fin llega esa sala, el día en que se anunciarán los nombres de aquellos que lucharan por ganar el tercer y último partido.
Todos entran en la sala ajenos a lo que va a suceder salvo dos personas. Ellos dos, víctima y verdugo ya lo saben. Gatland ha hablado con Brian la noche anterior. "Nadie había tenido esta conversación con Brian en quince años. Pensó que se merecía este pequeño gesto" dijo Warren. Las viejas palabras de McGeechan resuenan en la mente de Brian. La expresión máxima de un león. Jason Leonard. Aportar a la causa común. Y mientras el resto de jugadores se queda helado descubriendo que no sólo no será titular en ese tercer partido sino que tampoco estaría en el banquillo, Brian O'Driscoll ya ha decidido cómo se va a comportar esa semana. No podrá ser de otra manera. La reunión acaba sin aplausos, en silencio. Jonathan Davies baja la cabeza. Y Brian se acerca con calma a los dos centros galeses y se pone a su servicio para lo que necesiten.
Cualquier entrenamiento extra. Las horas que haga falta. Sigue los pasos de Leonard. Jamie Roberts declaró díaas más tarde que Brian se quedó entrenando con ellos sesiones extra todos los días. Es, la máxima expresión de un león. Un solitario tweet resumía su estado de ánimo "Obviamente muy decepcionado por no formar parte del ultimo test pero todos mis esfuerzos irán a preparar a los chicos para el choque". Era el mensaje en la botella de un naúfrago que se había quedado encerrado en una isla buscando un tesoro que ahora parecía lejos.
Llegó el partido decisivo y no hace falta pensar mucho para adivinar qué sentía Brian O'Driscoll desde la lejanía de las gradas. Supongo que se sentiría como el comandante Michael Collins aquel 24 de Julio de 1969, encerrado en el Apollo 11 mientras Neil Armstrong y Buzz Aldrin pisaban la luna. Incrédulo, Collins miraba por la ventanilla. Tenía la luna ahí delante, tan cerca, y sin embargo tan lejos. Y sabía que nunca la pisaría. Como en esos crueles castigos de las tragedias griegas. Allí, en lo que algunos han llamado el asiento más solitario del universo Collins escribía en un arranque de tristeza y del sentido del deber: "Lejos de sentirme sólo o abandonado, me siento parte de lo que está pasando ahí abajo. Esta aventura necesitaba tres hombres, y me considero tan necesario como los otros dos. Alguien tenía que hacerlo. En realidad será un mentiroso si no admito que me siento un poco solo. Las conexiones con la tierra se cortan en el instante en que desaparezco detrás de la luna. Ahora estoy solo, completamente solo, aislado de todo lo conocido".
Con el pitido final Brian sí pisó el césped, la cima que tanto había buscado, quizás no como habría deseado, pero eso todos sabemos, que no se puede planear. Saludó a éste y aquel, con una sonrisa permanentemente impresa en ese rostro que reflejaba no felicidad extrema, sino una calma total, un peso que se levantaba de sus hombros. La paz interior de alguien que ha cumplido su meta. Paseando por el campo se encontró con Warren Gatland, y fiel a su estilo abría los brazos y levantó los hombros en un gesto que vale más que mil palabras. Luego le estrechó la mano ycontinuó su camino disfrutando de las vistas desde la cima de esa gran montaña que ningún europeo pisaba desde 1997. Todos querían una foto con Brian en ese momento.
Creo saber lo que pasó el día después a muchos kilómetros de ese gran estadio de Sidney, aquí en nuestro país. Un joven extranjero que baja a comprar el periódico por la mañana. Sonrisa inmaculada, moreno rojizo y chanclas, solo sus músculos hacen adivinar al transeunte que no es una persona normal y corriente. Totalmente aislado del rugby, salvo por impresiones compartidas con unas leonas que buscaban (y creo que encontraron) sus sueños en Moscú, Jonny compra el periódico y mira las fotos de un estadio que le trae tantos recuerdos. Qué casualidad que Brian y Jonny encontraran el cielo en aquella misma cima. Y para sus adentros murmulla: "Enhorabuena viejo amigo, disfruta de las vistas".
La historia termina con un viajero solitario que continúa su camino. Dicen que los gatos siempre reciben a la muerte con una sonrisa, conscientes de que tienen una vida más. Nuestro viajero sonríe como el viejo felino que se empeña en caer siempre de pie. Ya le han enterrado muchas veces. Es una sombra que se aleja en el horizonte con una mochila llena de piedras y sueños, alegrías y derrotas, carreras y placajes. Silbando una vieja canción que resume perfectamente las lecciones que nos ofrece su vida, la vida de Brian. Ya se sabe…. “Always look on the bright side of life”.