Un 16 de octubre de 1923 nace en Hawick, Escocia, William Pollock MacClaren. Su padre se había mudado al pequeño pueblo para trabajar en la ingente industria textil de la localidad, curiosamente, una de las más alejadas del mar de toda Escocia. Hawick, de apenas diez mil habitantes, donde en 1514 jóvenes del pueblo habían puesto freno a una expedición inglesa, hecho que los locales celebran aún el día de hoy. "Un dia fuera de Hawick es un dia perdido", diría nuestro protagonista.
El pequeño Bill creció alimentado por las leyendas de esos bravos jugadores escoceses de los años veinte, por los héroes del club local, el Hawick Rugby Football Club. Nombres como Willie Welsh, que fue internacional con Escocia y los Lions, o Jack Beattie, rocoso número '8', sembraban los sueños de Bill, que acudía con su padre sin fallo a los partidos, y que vio, seguramente con los ojos desbordados y la boca abierta, a los mismísimos 'All Blacks' allí delante suya, en Hawick. En especial, le deslumbró el capitán 'kiwi', Jack Manchester, de aquel equipo de 1935. Sueños de rugby…
Así, no había otro camino posible. Ni el, en ocasiones, caprichoso destino le podría apartar de aquel deporte y así el ya joven Billy se convirtió en un oficioso 'flánker'. Debutaría con el equipo de su vida, el Hawick, justo antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. El joven, sin embargo, no rehuye su responsabilidad y deber como escocés y, con ese patriotismo idealista que hoy brilla por su ausencia, se alista para servir en la Segunda Gran Guerra que azota Europa. Quiere el destino que McClaren caiga en Italia, donde presencia y es protagonista de uno de los grandes episodios del conflicto: la batalla de Monte Cassino. En aquel frío invierno de 1944, los aliados recién desembarcados en Italia se esforzaban en llegar a Roma lo antes posible y al mando del general Sir Harold Alexander se enfrentaron a unas rocosas posiciones defensivas alemanas. El nombre de la batalla viene del monte y la abadía construida en 529 que fueron tristes testigos de las tres cruentas, lentas y decisivas batallas.
¿Y qué hacía aquel flanker de 23 años en la guerra? Bill se encargaba de ser un observador avanzado, encargado de señalar a la artillería la posición y el número de los enemigos. A menudo solo, y casi siempre en territorio enemigo, cuidando de que cada paso no fuera el último paso. De su paso por la Segunda Guerra Mundial, Bill se trae una imagen que jamás olvidará, según él mismo declaró en muchas ocasiones. Una imagen que le persiguió y convirtió aquellos sueños de rugby en pesadillas. Un cruel recordatorio de lo más bajo del ser humano: 1.500 cuerpos putrefactos apilados en el patio de una iglesia. A veces, las heridas de guerra van por dentro y quizás son las que no se ven, las que más peligrosas.
De regreso, el joven pero envejecido Bill no se olvida del óvalo, e intenta retomar su carrera allá donde lo dejó cuando su visión del mundo era aún tierna e inocente. Consiguió, con esa cabezonería tan escocesa y tan suya, ser llamado a unas pruebas con la selección del 'Cardo' en 1947, pero una vez más, el destino se cruza en su camino, y le manda otro revés, esta vez en forma de tuberculosis, justo antes de que pueda debutar como internacional.
Al borde de la muerte, y con un punto y final a su carrera como jugador, a Bill se le administra una droga experimental, el 'Streptomycin', una jugada arriesgada que al final le salvaría la vida. El antibiótico, el primero de los llamados aminoglucósidos descubiertos, sería el primer remedio efectivo contra la enfermedad. Pero era su fase experimental aún, y de los cinco pacientes que se eligieron para el tratamiento, sólo él y otro más sobrevivieron. Fue un largo partido de 19 meses en aquel Sanatorio de East Fortune. Pero aquel largo año y medio sería absolutamente decisivo para su futuro, aunque él, por entonces, no lo supiera. ¿He dicho caprichoso? Sí, en ocasiones el destino es caprichoso. Otras veces, guarda sorpresas inimaginables. Donde se cierra una ventana se abre una puerta. Y como 'hobby' para pasar el rato, Bill comienza a comentar por radio interna los partidos de tenis de mesa del hospital. Al Cabo Gump también se le cruzaría el tenis de mesa en un sanatorio, a su regreso de Vietnam, pero esa, esa es otra historia…
Fuera del hospital, McClaren intenta retomar la vida normal y ejerce como profesor de Educación Física, a la vez que escribe por afición reportajes de rugby para el Hawick Express. Esos reportajes que hacía por afición y por amor al arte le valen una recomendación para la BBC, compañía a la que se une en 1953… ¡Nunca se sabe!
Ya con el micrófono, 'su' micrófono, el pequeño McClaren, el joven McClaren, el 'flánker' McClaren, el experimentado McClaren y el segundo teniente de artillería McClaren...l se convierten en Bill McClaren, la 'voz del rugby'. Y su voz con marcado acento ponen la banda sonora a los magníficos años del 'ruck and roll', a la época dorada del rugby galés y a tantos y tantos partidos. Su imparcialidad siempre fue admirada por todos y puesta a prueba cuando muchos de sus pupilos e incluso su propio hijo llegaron a lo más alto. Pero nunca se quebró uno de sus más sagrados pilares.
Su preparación, como la de cualquier virtuoso, era meticulosa, obsesiva. A menudo con ejercicios interminables para memorizarse todos los jugadores y sus datos, siempre a pie de campo en los entrenos para conocer a la persona que había detrás de cada jugador, para construir un rugby tridimensional y no un rugby plano. Quizás era por eso por lo que llegaba a tanta gente. Quizás por eso le dolió tanto aquel día de 2002 en el que le prohibieron entrar a un entreno de Australia. El rugby, estaba cambiando… Cuentan los que trabajaron con él, que verle en acción era una delicia. Con miles de notas delante de su micrófono, cuadernos y ficheros, como se hacía antes, pero sin perderse jamás... como esos abogados de película que se enfrascan en una noche frenética llena de libros enormes y notas, en busca de un golpe de efecto que les haga ganar el juicio. Y es aquí donde digo que McClaren pasa a las páginas del 'libro dorado' del rugby, porque él escribe las páginas, él construye ese mundo de sueños que otros niños, al igual que él con las historias que le contaban, hacen crecer en su interior. Bill narra pero a la vez define y crece junto con el rugby. McClaren, era rugby. Y muchas de sus frases, la mayoría con sorna norteña, pasan a los anales, son utilizadas fuera del deporte en situaciones cotidianas, como lo hacemos hoy en día con frases de la familia amarilla de Springfield. De Phil Benett afirmaba que corría tanto que "si le cazas tienes derecho a pedir un deseo". Con Lomu decía que "no soy albañil pero si me lo encuentro de frente me voy a poner ladrillos". Decía también que cuando miraba a Colin Meads veía a "un granjero gigante que lleva el óvalo en sus manos como si fuera una pepita de naranja" o que lo mejor de su profesión era "que nunca he tenido que pagar por entrar al estadio". Todo su vocabulario, y esas frases míticas fueron definidas como 'McClarenismos', cientos de ellos, casi uno para cada jugador, para cada partido, para cada situación.
En 2010 la voz se apagó, por un instante el rugby se quedó mudo. No sonaba el pitido del árbitro, no sonaban los contactos, no sonaba la bota contra el óvalo. Por un momento, los espectadores miraban el rugby con tristeza, la cabeza apoyada en una mano y un suspiro melancólico. Por un momento, el rugby dejó de ser rugby. Poco a poco, volvió la normalidad. Todo sigue, la vida cambia, el show debe continuar, pero la voz… la voz ya no volverá.