Tantas emociones encapsuladas en un túnel de vestuarios justo antes de salir al campo. Tantos entrenos, tantas horas que te han llevado hasta allí. ¿Cómo describirlo? Seguro, que en ese día de tu debut, verás la recompensa a todo este camino. Eso pensaba aquel joven.
En mayo de 2012, las 'leonas', las integrantes de la indomable selección femenina de rugby, pierden 49-3 contra Italia. Acabarían cuartas del Campeonato de Europa. Después, una dura gira invernal donde Italia nos volvería a ganar. Y también Irlanda. Y País de Gales. Pero como aquel joven que lloraba en ese vestuario, y se prometía que eso no le volvería a pasar, las 'leonas' dejaban que las heridas de esas derrotas secaran al aire libre, que esas cicatrices les recordaran, cada día que se miraran al espejo, al sitio donde no querían volver y el rival que no les volvería a ganar. Siguió el trabajo duro, incesante. Aprender de los errores, de las debilidades, explotar fortalezas, unir el grupo. Todo ello en una temporada que no ha dado respiro. Gijón fue una luz al final del túnel. Palpar por primera vez la recompensa al trabajo.
Y llega el Central. Una explosión de juego e inteligencia. De concentración. Y pasan los días y como en esas buenas novelas, el destino mueve sus hilos para que el último día de torneo, te juegues un Mundial -volver a una cita mundialista, en este caso- con ese rival contra el que has deseado tantas veces enfrentarte desde aquella derrota. Y esa mañana seguro que muchas 'leonas' se miraron al espejo y vieron unas cicatrices que les recordaron quién se las había hecho.
Y llega Sidney. Y como en las buenas novelas, el destino mueve sus hilos para que, el último día de torneo, te juegues un Mundial -conquistar el cetro planetario, en este caso- con ese rival contra el que has deseado tantas veces enfrentarte desde aquella derrota. Y esa mañana seguro que Jonny Wilkinson se miró al espejo, y vio esa cicatriz tan profunda. ¿Qué pueden más, mis miedos o mis sueños?
Cuando las 'leonas' salían por el túnel del Central de la Ciudad Universitaria este sábado, la misma frase rondaba mi cabeza. A un lado, salían nuestros miedos: Manuela Furlán, Flavia Severin, Veronica Schiavon, Paola Zangirlonami… jugadoras que nos habían hecho tanto daño meses antes. Al otro lado, nuestros sueños impresos en un cartel verde en las gradas del central. Y ese nuestro Mundial llegó a la misma velocidad con la que Laura Esbrí cruzaba el campo del central de lado a lado perseguida por todo el equipo italiano y empujada por un campo que explotaba de júbilo.
Fue nuestro drop mágico en el Central. Pero como fue el caso en aquel drop de Wilko, esa acción no fue más que el fruto de un esfuerzo de grupo, la unión de muchos retos y metas individuales en un gran sueño colectivo. La puesta en común de sacrificios personales hechos para llegar hasta allí y la conjura de que no sean en vano. El resto del partido se podría resumir con la misma instantánea. España corre, Italia persigue. Y al contrario de lo que mucha gente piensa, los miedos no se fueron en ningún momento. Simplemente se les dominó y se les superó.
El "¡Sí, sí, sí, nos vamos a Paris!" no era el cántico de un nuevo viaje, era el cántico de un regreso… al sitio que nos merecemos. Y lo cantaban al unísono desde toda España todas las jugadoras que durante estos últimos ocho años lo han perseguido sin cesar. Todas las que lucharon por lo que se consiguió este sábado. Ya se sabe, el rugby siempre te tiene reservado ese gran día… si estás dispuesto a esperar. Como aquel joven de 19 años.
Llegados a este punto, quizás alguien se preguntará el por qué del título de este artículo. Resulta que hace unos meses, alguien en las redes sociales me dijo que la clasificación para este Mundial, por encima de Escocia e Italia, era tan difícil como llegar a la luna. ¿Alguna vez habéis visto 'leonas' en la luna?