Caminar hacia el Central Universitario, mareas rojas de gente que no puede ni hablar, con una sonrisa boba que no se borra de sus rostros. La palabra Rugby escrita bien en grande en todas las portadas, que abre, todos los informativos. Corresponsales que rodean el estadio, cámaras que se agolpan a la entrada...y ese Teatro de los Sueños que se mantiene intacto, pese a que la ocasión es legendaria. Entras y hueles el verde del Central. Hoy huele a historia. Huele a sueños. Huele a lucha y a batalla. ¿Se imaginan?
Ver a los Leones que saltan al campo. A su lado Springboks, o quizás Wallabies, Dragones, Guerreros de San Jorge...o quizás Hombres de Negro. Las miradas de reojo a esas caras conocidas, con las que has vivido los momentos más bajos de un rugby que parecía que no avanzaba, pero siempre en lo más profundo te negabas a aceptar que ese sería nuestro destino para siempre. Y así, al siguiente partido, otra vez en el Central. Otra vez a sufrir juntos, los de arriba, con los del césped. Y ahora, después de tantos años, aquí está la recompensa. Y antes de que suenen los himnos, antes de que el óvalo vuele hacia la historia, ya piensas con los ojos cerrados y una gran sonrisa: "Mereció la pena". ¿Se imaginan?
Si pueden imaginárselo, si algún día llega ese momento, sé que los Leones rugirán como rugió el Puma ayer. La táctica de Argentina era la más simple, pero quizás la más difícil de llevar a cabo: Jugar con el corazón. La más simple, porque requiere de uno el bucear en los instintos más primitivos del hombre: en la pasión, en la garra, la honestidad, con uno mismo y con los demás, el espíritu de supervivencia. La más complicada, porque hoy en día...hoy en día eso ya no se lleva. Hoy en día hay tácticas complicadas, estadísticas, cámaras que observan, protocolos que seguir... Pero los Pumas cumplieron, como casi siempre hacen, prometiéndose, en conjura, como reveló Lobbe, recordar ese día para siempre. Ante la mirada de los que construyeron ese sueño. De los que llevaron esa camiseta. Ante la mirada de un Pichot trajeado que mezclaba orgullo y nostalgia.
Y así, con todo el peso de la historia, con la pluma lista para escribir un nuevo capítulo, ante unos enloquecidos mendocinos, no es de extrañar lo que pasó. No es de extrañar que el viejo Roncero se dejara el alma en cada uno de los 13 tackles que completó. No es de extrañar que Lobbe se dejara la voz, en arengar a los suyos, ni un instante de descanso, levantándolos del suelo, no se confíen, la máquina Bok no permanecerá dormida mucho tiempo. No es de extrañar el desparpajo de Vergallo, que luchó por ser digno de ser llamado Puma y no Pumita. No es de extrañar el coraje del Rengo, y es que en cada carrera, en cada ruck, en cada cosa que hace, Horacio lo pone todo. No es de extrañar los nervios del Pato, que con su oficio habitual, estuvo acá, allá y en todos lados, y que pese a algún error de cálculo, siguió el plan establecido: Jugar con el corazón. No es de extrañar la locura en todo el país cuando se repiten esas palabras que ya todos conocemos: "¡¡Try de los Pumas, try de los Pumas!!". No es de extrañar el dolor de Álvaro Galindo cuando se tuvo que ir de la cancha. No, no era dolor físico. Era el dolor de no poder regalar más dolor a los suyos. No es de extrañar la sonrisa a este lado del charco, cuando escuchamos a los comentaristas celebrar el error a palos en la última de Steyn: "Out, out y recontraout!". No.
Y por eso, pese a que Lobbe pensó que lo habían ganado, pese a que en efecto estuvo ganado mucho rato, no es de extrañar que no se ganara. Porque así, el Puma vuelve a crecer. Y en lugar de festejar el ser el primer Argentino en la historia en anotar un try en el Cuatro Naciones, Santi Fernandez dice que "me chupa un huevo. Yo me quedo con lo que jugó este equipo." Porque así, esta historia de orgullo y sufrimiento del rugby argentino crece más y más. "En frío nos daremos cuenta de lo que hemos logrado" dice el Chelito Bosch, abatido. No, no es de extrañar. Que los Pumas hoy empaten, porque es inevitable que, no se sabe si hoy, mañana o cuando, ganen. Y la victoria va a llegar. Y no sería lo mismo sin el paso de ayer. El camino, ya lo han encontrado. Las lágrimas de Bosch son lágrimas de Puma.
Y viendo el partido, y seguro que como yo muchos, sentimos nostalgia. Y ganas de luchar. De luchar por nuestro rugby, para que crezca, de saber lo que se siente, de vivirlo de cerca, no allí, tan lejos en Mendoza, sino aquí, tan cerca, en Madrid. De compartirlo con los que siempre han vivido el rugby a nuestro lado. O con aquellos a los que nuestra insistencia consiguió traer aquí. Ganas de que los que sostuvieron la historia de este rugby en los momentos difíciles, como Atlas con la bola del mundo, puedan disfrutar en los momentos grandes. Y si hay que esperar cinco, diez, quince o veinte años se esperan. Me gustaría poder escribir algún día que, ayer, ayer lloraron los Leones. ¿Se imaginan?