Era Munster por aquel entonces una caótica gran familia. Jugaban allí los chicos de siempre, los que se conocían a la perfección, los hijos de una feroz rivalidad entre los clubes de Limerick.
Y así, Canniffe lideró a sus chicos en una gira de fin de semana en Londres, en septiembre, todavía a un mes del gran partido. A jugar a rugby, sí, a entrenar también, pero sobre todo…a beber. Al más puro estilo irlandés. Un fin de semana de septiembre, entre cerveza y cerveza, Munster jugaba contra el mediocre club de Middlesex… y era aplastado por 33-7. El entrenador Tom Kiernan organizaría los días de resaca unos entrenamientos que pasarían a la historia por su dureza, también al más puro estilo irlandés, y de Munster: "recuerdo el entrenamiento del sábado, después del partido contra Middlesex" narra el pequeño ala Jimmy Bowen, "el propio entrenador nos dijo que saliéramos a beber el viernes. Claro que, para ese sábado, nos preparó la sesión más dura de entrenamiento que he pasado jamás. Creó un vínculo entre nosotros,,, soportar aquello juntos" concluye, recordando, con una sonrisa. Era una gira donde se templaba, como el buen acero, una extraordinaria habilidad para soportar condiciones adversas.
El último partido de la gira fue un discreto empate a 15 contra London Irish. De aquella gira dura y alocada por Londres ya no volvieron chicos de Limerick y Cork. De aquella gira inglesa volvieron jugadores de Munster. Y mientras tanto los 'All Blacks', ya en las Islas, miraban confiados. Ellos habían ganado a los Condados Londinenses, de los cuales Middlesex era uno, por más de 40 puntos. "Les tendimos una buena trampa" bromea Bowen.
Octubre se convirtió en un entreno sin fin. El equipo entrenaba en los barracones de Fermoy Army, sin otra razón aparente que la de hacerlo en un campo que no tuviera las condiciones adecuadas. Alimenta el hambre. Sube la dificultad. El grupo responderá. Eso debía pensar Kiernan. "Yo era parte del contingente que venía de Dublin", explica el tercera línea Donald Spring, que estudiaba derecho por aquel entonces, "conducíamos hasta allí y recuerdo entrenar sólo con las luces de los coches que aparcábamos mirando al campo. La hierba estaba descuidada, muy larga. Sólo había una luz en uno de los muros. Recuerdo que cuando Kiernan nos mandaba correr, muchos se paraban en las sombras, y se perdían durante una o dos vueltas". El compromiso del equipo crecía y crecía, a cada entrenamiento.
Los días previos al partido, Munster violó las reglas existentes en aquel entonces entrenando sábado, domingo y lunes seguidos. "Fue la primera vez que estuvimos todos juntos por ese período de tiempo, tanto los que trabajábamos como los que estudiaban" explica Canniffe. "Se supone que los días antes de un partido internacional sólo te podías juntar un día, pero los franceses violaban la norma todo el rato, así que nosotros hicimos lo mismo". Entonces, gracias a unos contactos en la BBC, el propio Kiernan consigue un objeto muy valioso: una cinta con imágenes de aquellos 'All Blacks'. Era la noche antes del partido y Kiernan tenía un serio problema: ¿dónde encontrar un reproductor para aquella cinta?
La solución llegó tras un par de llamadas a una fábrica cercana. En las oficinas de un directivo se plantó todo el equipo para ver en acción a aquellos 'Hombres de Negro'. Las imágenes descubrieron un equipo que jugaba un rugby de ensueño, una de las generaciones más extraordinarias de neozelandeses, pero las imágenes también descubrieron un equipo que quizás intentaba jugar al ataque en posiciones demasiado peligrosas. Era sólo un pequeño adelanto, pero Kiernan ya creía tener una fisura vulnerable en el corazón 'all black'. Aun así, nadie confiaba. Basta el titular del 'Limerick Leader' unos días antes: "Muchas esperanzas, pero no tanta confianza". No en vano aquellos 'All Blacks' de 1978 habían aplastado a Irlanda y País de Gales. "Yo fui de aquellos jugadores que jugó con Irlanda en Nueva Zelanda y estaba aterrorizado. Nos habían metido 30 ó 40 puntos" dice Spring.
El día siguiente, antes del partido, el entrenador reúne a sus jugadores para una charla. "Llegó, colocó una silla en el centro de la sala, todos estábamos mirándole. Puso una pierna en la silla y se quedó así, inmóvil, sin decir una palabra, por lo menos diez minutos" relata Spring. "Al principio nos mirábamos extrañados, luego empezamos a pensar en el partido, a concentrarnos. Hubo un momento en que mire a mi alrededor y todos tenían los ojos cerrados. Salí de aquella sala pensando en que podía ganar a los 'All Blacks'. Fue un momento especial, de unión". Las risas dejaron paso al silencio, a la concentración, a un momento especial de reflexión con uno mismo. A sentirse rodeado y protegido por tu equipo, a sentirse arropado por la afición que grita sin control enloquecida esperando el inicio del encuentro. A sentirse preparado para enfrentarse a lo más alto en el mundo del óvalo. Y a sentirse orgulloso de ser un jugador de Munster. Eso fue lo que significaron aquellos diez minutos. Una voz da por finalizado el mágico momento. "Come on boys. For Munster!" Y la emoción en la sala se eleva a otro nivel.
Las últimas palabras del entrenador son tácticas. Repasa rápidamente lo que espera de cada uno. Les aconseja sobre el rival. Les dice que hoy la defensa será crucial y, una vez comienza el encuentro, sus palabras resuenan en el público, pues es la defensa la que sostiene al equipo durante buena parte del encuentro. "No les ganábamos ninguna bola en sus saques de lateral, así que después de un rato, dejamos de saltar", recuerda Bowen. "Bueno, ni en lo suyos ni en ninguno. En realidad para ser honestos, casi no tuvimos el óvalo. Cada vez que lo teníamos lo pateábamos lejos". El paquete se comportaba de una manera extraordinaria, placando a los 'All Blacks' una y otra vez. El equipo sobrevivía con menos de un 40% de posesión.
Con Munster perdiendo incluso sus saques de lateral, los delanteros deciden hacer una variación muy inusual para la época, cambiando saltadores por levantadores. "Queríamos confundir a los 'All Blacks', provocar algo de desconcierto" dice el capitán y medio melé Canniffe. "Ganamos la bola y abrí rápido el ruck". El óvalo lo recibe el ala Bowen, que ejecuta una patada cruzada al otro lado del campo donde le espera el otro ala, que se encuentra con campo para correr y a escasos metros cede el óvalo a Christy Cantillon para que este pose ante el delirio del público.
El ensayo tuvo un efecto devastador en los 'All Blacks'. Como el Dios que, de repente, se sabe vulnerable. En la segunda parte los neozelandeses van por detrás en el marcador e intentan sin éxito la remontada. "Creo que lo que más me sorprendió aquel día fue su segunda parte", apunta Bowen. "no paraban de cometer errores. No había ninguna cohesión en su juego. Todo había saltado en pedazos".
A falta de diez minutos para el final llega una imagen para la historia. "Faltaban diez minutos y tuvimos una melé. Dentro de su 22 y en línea de cinco a touch". Munster gira la melé y coloca al paquete 'all black' de espaldas al muro, con la gente gritando a los neozelandeses. "Y entonces alguien, no recuerdo quién, gritó ¡seguid empujando, no paréis!". La melé de Munster atropella al paquete negro, le estrella contra el muro. El 'all black' Haden, rabiado, está a punto de soltarle un puñetazo al irlandés Mossy que responde entre risas. "No lo hagas, perderás la pelea también". El simbolismo de aquel 'scrum' queda para la leyenda. Ha nacido el espíritu de Munster.
Pitido final. Incredulidad. Jubilo. Una sensación de elevarse hacia el cielo. Invasión de campo. Jugadores y afición se funden en un manto de gente entre la que se pierden los hombres de negro, reducidos a simple equipo ese día. Vuelta de honor, una y dos. Y entonces aquel momento legendario pasará a un segundo plano para el capitán Donald Canniffe. Alguien del club le aparta a un lado, su padre ha sufrido un infarto escuchando el partido por la radio y está en el hospital. Tres horas de angustia al volante para conocer que su padre había muerto. Del cielo al infierno en unos segundos. Es la cruel tragedia que le espera a cada héroe en su camino.
No hubo celebraciones aquel día, salvando la cena con los dos equipos. No en vano tanto 'All Blacks' como el resto de internacionales irlandeses se volverían a ver las caras ese fin de semana. Pero treinta años después, hubo quizás el homenaje más adecuado a los 'Magnificent Munster'. Noviembre de 2008 y todo parece haber cambiado. Thomond Park es más grande, los tiempos son otros y ambos equipos se vuelven a enfrentar. Sin embargo, el espíritu no cambia. El espíritu de una afición enloquecida que recibe a su equipo. Ante la mirada de aquellos jugadores de 1978, Rua Tipoki, Doug Howlett, Lifeimi Mafi y Jeremy Manning, los neozelandeses de Munster, avanzan hacia el centro del campo para cantar su tradicional 'haka'.
Por una vez, esa 'haka' no hace referencia a sus antepasados ancestrales. Por una vez los gritos no traen el espíritu 'all black'. No, esta vez, ante la mirada de los 'hombres de negro', la 'haka' invoca el espíritu de aquellos muchachos de Limerick y Cork que vencieron 12-0 a Nueva Zelanda. Esa 'haka' recuerda a los magníficos de Munster. Y aunque se cantó en maorí, parecía decir: "Come on boys. For Munster!"