Y así, se repite la rutina de noches en vela, viajes al hospital, inyecciones alternas de medicaciones y dolor, más malas noticias, operaciones y vueltas a la cabeza, todo con la banda sonora en el fondo de mi cabeza, como el cuervo de Poe sólo alcanzo a murmurar: Nunca más, nunca más, nunca más.
Un día, Leicester llama a la puerta. No puedo dejar fuera a un amigo. ¡Hemos compartido tanto juntos! Allí, aquel sábado, aún con la herida abierta, la de dentro y la de fuera, vuelvo a ver rugby. Leicester y Toulouse, bajo un manto nevado en ese mi teatro de los sueños, se juegan la vida en una partida a cara de perro. Poco a poco las imágenes que veo a través del televisor me transportan, y ya no siento dolor, ni tristeza, y estoy sentado en el que fue, es y será mi asiento en Welford Road, en esa helada tarde de enero, viendo cómo los quince de casa defienden agónicamente una y otra vez en línea de cinco. Y grito, como el resto de la afición, grito sin parar, alentando al paquete de Leicester que estrella el alma contra los galos. Y con cada choque emerge vaho y un sonido seco de dolor. Toulouse tiene el partido en su mano, sólo cinco metros les separan de pasar de ronda. Leicester se agarra, con todo lo que tiene, se frena al borde de una línea de ensayo que es el precipicio de la eliminación. Y entre todos, emerge una figura que no gusta de focos, que sólo sabe de trabajo duro, y de tirar de carros que otros abandonan en la carretera cuando la pendiente es demasiado dura. Nunca más
…nunca más es lo que debió pensar Geoff Parling cuando aquel Junio de 2010 se lesionó de gravedad en su primera convocatoria con Inglaterra. Nunca más se repetiría una y otra vez mientras examinaba las radiografías de su cuello roto. Aún recuerdo la ovación, más de seis meses después, cuando saltó al campo en Welford Road, después de una dura recuperación. Y tan sólo dos minutos después ya se retorcía en el suelo, con todos los ligamentos de la rodilla rotos. En las miradas del público compungido se leía un “pobre chico, nunca más”. Serían doce meses, uno detrás de otro, sin parar de repetirse lo mismo. Supongo que en algún momento del camino, algo le hizo cuestionarse… ¿Nunca más?
Y mientras pienso esto, Geoff se eleva en el cielo para robar la touch decisiva que le da a Leicester la victoria, un estallido de júbilo en las gradas, abrazos regalados a Parling en el campo. Desde su vuelta ha sabido luchar día a día para recuperar su camiseta, para debutar con Inglaterra y convertirse en imprescindible para Lancaster. Y en la grada Matt Hampson, sentado en su silla de ruedas, sonríe y disfruta como un niño. ¿Cuántos nunca más resonaron en la mente de Matt todos estos años? Es en ese momento cuando comprendo. Cuando lo entiendo todo.
Es ahí cuando, con un largo camino por delante, con muchos momentos dolorosos y muchas noches en vela aún por venir, muchos partidos sentados en la grada por pasar, el jugador que llevo dentro se revela contra el nunca más, porque si el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, el jugador de rugby es el único hombre que la recoge y se la guarda en el bolsillo. Porque las lecciones recibidas son demasiado valiosas como para dejar pasar las que aún quedan por aprender. Porque los valores y la actitud no se arrugan ante el chantaje del dolor y el camino fácil del abandono. Porque al fin y al cabo, la vida es rugby. Por eso y mucho más NUNCA MÁS diré… que nunca más voy a volver a jugar a rugby. Nunca más.