Cuando fuimos los mejores, cada mañana de partido era una mañana de reyes. Cada momento en el vestuario antes del partido era el asalto a un nuevo campamento avanzado, en búsqueda de una cima que no sabíamos si tan siquiera existía. Sonreíamos al asomar la cara por la puerta de la tienda y sentir la nieve en nuestros rostros.
Hubo una época en que fuimos los mejores. No ganamos torneos, ni medallas. Pero fuimos los mejores.
Cuando fuimos los mejores, cada mañana de partido era una mañana de reyes. Cada momento en el vestuario antes del partido era el asalto a un nuevo campamento avanzado, en búsqueda de una cima que no sabíamos si tan siquiera existía. Sonreíamos al asomar la cara por la puerta de la tienda y sentir la nieve en nuestros rostros.
14 Comments
Vivimos rodeados de oportunidades. Constantemente pasan por delante de nuestros ojos, si bien muchas veces disfrazadas de otra cosa. Disfrazadas de retos, de aventuras. De lo desconocido. Con la capa de nuestros miedos y la máscara del no puedo. De nosotros depende mirarlas a los ojos y reconocerlas. Hacernos siempre esa pregunta… Los lectores de The Times se levantaron, una mañana de agosto de 1915, en plena Guerra Mundial, con un sobrecogedor poema anónimo entre las páginas del diario londinense. Nadie sabía quién lo había enviado a la redacción ni quién lo había escrito. Sólo se sabía que había sido escrito por un soldado que participó en el desembarco de Gallipoli. En sus versos, recordaba su infancia en Cumberland, se despedía de Inglaterra y recordaba que pisaría unas playas que, cientos de años antes que él, habían pisado los griegos en busca de las murallas de Troya. Sus últimas líneas eran una última despedida… Es curioso como en ocasiones, las pistas de los que nos sucederán en el futuro, se esconden en nuestro pasado. Pequeñas lecciones sin sentido aparente en ese momento, que se esconden en los pliegos de nuestro libro de vida. En julio de 2009, una sala llena de leones esperaba la alineación para el primer Test contra Sudáfrica. Y justo antes de comenzar con la lista de nombres, Sir Ian Mcgeechan lanzó el reto último de un Lion. Es una situación que se repite a lo largo de nuestras vidas. Te encuentras, de repente, frente a un gran precipicio. El abismo se extiende ante ti y tus únicas opciones son darte la vuelta, o saltar. La pregunta es: ¿llegarás al otro lado? Es entonces cuando te invade el miedo y recorre todas las partes de tu cuerpo como una descarga eléctrica que absorbe toda tu fuerza… 30 de junio de 2001, Brisbane. Todo sucedió en un instante. Un ataque convulso, violento, certero. Y cuando el polvo se posó, los australianos se dieron cuenta de qué había pasado. Un joven león, aún sin melena, de 21 años había enseñado los dientes por primera vez. A un equipo de estrellas, a un equipo de leyendas. Hace no mucho escuché a Phil Vickery contar cuál había sido el momento favorito de su carrera. Tenía tan sólo 17 años, aquel granjero hijo de granjeros de Cornish, aprendiendo aun lo que se necesitaba para ser primera línea. El partido era fuera de casa contra Redruth, en las profundidades de la liga regional. Por aquellos tiempos, los partidos fuera de casa estaban reservados a jóvenes como Phil, pues los veteranos solían rehusar los viajes largos. Esta historia comienza así... 6 de junio de 1998. En Brisbane, un joven de 19 años llora desconsolado en un vestuario ya vacío. Lo que acaba de vivir, no puede ser más amargo. Aquel tenía que haber sido un gran día. Su gran día. Al fin y al cabo, era su debut con la selección nacional. Tantas emociones encapsuladas en un túnel de vestuarios justo antes de salir al campo. Tantos entrenos, tantas horas que te han llevado hasta allí. ¿Cómo describirlo? Seguro, que en ese día de tu debut, verás la recompensa a todo este camino. Eso pensaba aquel joven. Gira de los Lions. Sudáfrica. 21 de Junio de 1997. 11 de la mañana. Día de partido. Los Lions llegaban a esa gira como poco más que, según decía la propia SA Sports Illustrated, “un grupo de chicos afables que estaban haciendo historia, y de paso, ganando amigos en lugar de partidos”. Tampoco la prensa de casa confiaba. Ni el público. Así, la gira parecía puro trámite para los Campeones del Mundo. Es curioso, mientras otros muchos se han ido emborronando en mi memoria, aquel primer partido sigue tan intacto que podría decirse que se jugó ayer mismo. Ha sido siempre el mismo equipo, no concebía el rugby en otro, siempre he sido fiel a la misma camiseta, pues jugar con la familia era, creo, la única manera de hacerlo sin dejarme nada en el tintero. Sin embargo, pese a estar siempre en el mismo equipo, he visto pasar a mucha gente. Gente que llegó y se fue, gente que ya se iba cuando yo llegué y gente que estaba y aún está, desafiando como Ryan Giggs o Geordan Murphy a las exigentes e inexorables leyes del tiempo. Resulta que esta vida tiene algunas cosas que se escapan a nuestro control. Momentos en que el destino, caprichoso, nos pone a prueba. Geoff Parling se encontraba, sin saberlo, ante uno de ellos. Aquel 19 de noviembre se había levantado pensando que ya, por fin, se acababa un largo caminar por un camino tortuoso. La luz que inunda el tramo final de un túnel que recorrió solo. A ciegas. Con la única compañía de un espíritu de lucha inquebrantable. Fe. Pero todo aquello se volatilizó en un instante… Brian regresaba a los cuarteles generales de las tropas irlandesas con paso ligero y preocupado. Acababa de firmar con el joven Chris Robshaw la retirada honrosa de sus tropas. “Un buen chico ese Robshaw” pensaba para sus adentros, rememorando lo encarnizado de las batallas con Jonno, Corry o Dallaglio. Ya en las puertas de la cantina, no le sorprendió que no se escucharan ni voces ni música. Abrió la puerta. Nunca más, me repito con fuerza cuando conozco el alcance de todo, cuando los médicos sueltan la tan manida coletilla… “si es que eso te pasa por jugar al rugby”. Indefenso, sólo alcanzo a responderles “nunca más”. Y así, se repite la rutina de noches en vela, viajes al hospital, inyecciones alternas de medicaciones y dolor, más malas noticias, operaciones y vueltas a la cabeza, todo con la banda sonora en el fondo de mi cabeza, como el cuervo de Poe sólo alcanzo a murmurar: Nunca más, nunca más, nunca más. |
Rugby
Heroes. Leyendas. Confesiones en mi Sin Bin y sabores a cerveza negra. Categorias
All
Archivo
October 2015
|